jueves, 19 de mayo de 2022

PASAJE

 


     Hoy cuando fui a buscarte me distraje en mis pensamientos y la micro me dejó un paradero más allá. Había andado muy pocas veces por ahí, por lo que empecé a buscar la línea del tren para orientarme. En eso descubrí un pasaje secreto, algo así como un portal dimensional, muy cerca del puente ferroviario. Sin darme cuenta casi, pasé a través de él. El tema fue que el portal me dejó más o menos en el mismo lugar, solo que sintiéndome distinto, como con otro aire, como recién salido de un baño bautismal, o como después de descubrir lo bien que te cae alguien. 



lunes, 25 de abril de 2022

Alaridos de un alma atrapada en una caja de Santa Helena

 


        No fue que llevara tanto tiempo durmiendo bajo ese sol indolente. Tampoco la voz fantasmal de su esposa que el vino se encargaba de hacerle rememorar en cada una de sus noches. No. El tema pasó por el hambre, que súbitamente comenzó a abrirse paso a través de sus tripas para asomar en forma de ira -sí, de ira- en contra de los transeúntes que a esa hora de la tarde caminaban por las veredas del Cerro El Golf.

            Comenzó insultando a quien se le cruzare, pero no pasó mucho tiempo antes de irse a las manos. Su primera víctima fue una anciana que cargaba una bolsa plástica llena de naranjas para hacer jugo.

- ¡Déjame en paz, borracho infeliz! –se defendió la mujer propinándole un golpe en la cabeza con la bolsa de aquellas naranjas maduras, dulces y jugosas.

            El hombre cayó a tierra, y fue principalmente la vergüenza y el miedo a volverse a caer lo que impidió que se levantara a defender su alicaído honor. En vez de eso, se dobló entre los matorrales como una cucaracha, apretando los dientes e intentando cubrirse los ojos de los rayos de sol aún poderosos que iluminaban ese atardecer. Comenzó a darse vueltas de un lado a otro, hasta perder la noción del tiempo.

- ¡Míralo, mamá!- escuchó de pronto la voz de un muchachito- ¡se parece al papá!

- ¡Cállate, cabro tonto!- respondió rápidamente una voz que parecía corresponder a la de la madre furibunda.

 

            Tuvieron que pasar algunos minutos antes de que pudiera volver a ponerse de pie. Inició el ascenso hacia la loma más cercana. En algún minuto, su intención fue atravesar dicho cerro y utilizar todas tus fuerzas para llegar a mendigar vino y quizás un huevo duro donde Don Hami, a un costado de la línea férrea. Sin embargo, se trataba de un camino extremadamente difícil, con subidas, bajadas y una sed que el calor se encargaba de hacer insoportable para cualquier organismo en su misma situación.

            Para colmo, a poco de andar volvió a tropezarse, cayendo sobre unos grandes helechos. Tuvo la mala fortuna de que su cabeza golpeara una roca de colores, y que en mitad de su aturdimiento su conciencia le devolviera al pasado… Se vio acompañando a su hija hasta la entrada de algún colegio de Lorenzo Arenas. Ella se apegaba a su cuerpo y no paraba de contarle chistes mientras caminaba –él creía- orgullosa al lado de su padre. Luego vino un fundido en negro, un despertar entre cristales rotos que reflejaban implacablemente los últimos rayos de sol de esa tarde, algunos de ellos enterrados en las piernas y la espalda. La pérdida de un zapato lo hizo meditar una vez más acerca del carácter efímero de las cosas más valiosas. El rostro de su pequeña hija acompañó cada una de estas profundas reflexiones, mientras se limpiaba con la manga un rastro de sangre y saliva que quedaba en su barbilla.



            La noche no tardó en sorprenderlo andando a tumbos en medio del pastizal, ahogándose nuevamente en sus pesadillas. Feliz arrojaba sobre la mesa unas cuantas bolsitas de merca contenidas en una cartuchera de lentes que disimulaba a la perfección su contenido. Muy animado, caja de vino en mano, procedió a dar cuenta del material en compañía de unos amigotes, a los que no tardaría en responsabilizarlos de lo que estaba por suceder. Entre sueños que más parecían alucinaciones, se recordó poderoso e inquieto, sentado allí bebiendo a grandes sorbos su caja de Santa Helena, sin que nada ni nadie pudiera inmutarlo. En una simple fracción de segundo, no obstante, la vida le recordaría dolorosamente su fragilidad. La silueta de su hija y de su pareja huyendo del ataque cobarde de una de sus amistades ciega de alcohol y mandanga, pareció devolverlo a la realidad.

            Despertó gritando de horror, y para entonces la patrulla ya se había detenido a su lado.

- Buenas noches, parece que no se puede ni las patas, amigo –le dijo uno de los oficiales.

- Eso a usted que le importa. Déjeme solo batírmelas con mi olvido. Aquí me siento tranquilo, no le hago daño a nadie.

- Tranquilo, sí, cómo no. Tus alaridos demenciales tienen despierto a todo el barrio, infeliz. Vas a tener que acompañarnos.

 

            El oficial que parecía más fuerte se aproximó a él con aire amenazante. Su figura a contraluz ciertamente le confería un carácter monstruoso a los ojos de aquel hombre. En cuanto lo levantó de las solapas, utilizó un trozo de vidrio para lanzarle varios cortes a la cara, aunque con escaso éxito.

- ¡Maldito! –gritó el oficial- ¡Ahora vas a ver!

           

            En una rápida maniobra, ambos policías desenfundaron sus lumas y comenzaron a moler a palos al beodo. Como pudo, se protegió de sus agresores. Fue retrocediendo, hasta que un bloque de cemento en mal estado lo hizo desbarrancarse, cayendo cerro abajo por la ladera repleta de basura, pastizal y roedores. Larga es la cuesta que conduce hasta el infierno, pensó mientras rodaba. Para su desgracia, una piedra gigantesca fue lo que detuvo su caída. Se quedó tendido allí, prácticamente inalcanzable para los oficiales, que inútilmente intentaban ubicarlo en medio de la nada con sus linternas. Pasó algunos minutos tratando de controlar las ganas de vomitar. Estaba de espaldas y con pocas posibilidades de convencer a su cuerpo de darse la vuelta. Un vómito en esas condiciones podría resultarle fatal. Luces de todos los colores imaginables centelleaban a su alrededor. Los ruidos que llegaban a sus oídos se mezclaron de forma perfecta hasta conformar un solo y monótono estertor. “Sinfonía de la muerte”, pensó, y echó a reír dolorosamente. “Aquí, en medio de estas plantas nobles y antropofágicas hallará mi cuerpo la lápida más honrosa que puedo darle”.



            Volvió a dejarse conducir por sus sueños, pero ni siquiera en tales circunstancias se ofrecieron estos más bondadosos ni gratificantes. El rostro de su hija amoratado tras una aparente golpiza, le puso sus pelos de punta. Mirándolo desafiante a los ojos, ella se le acercó con su pijama de siempre, con unas ojeras inaceptables para una niña de nueve años, y lo escupió en la cara. Ciego de ira, y creyéndola un demonio, trataba de apartar de sí su imagen terrorífica. Entonces ella tomó sus manos y le enterró sus uñas, produciéndole un dolor insoportable. Acto seguido, abrió una boca inmensa, inmensa como la noche entera que aguardaba por él, y se lanzó a por su cabeza. Sus sueños parricidas normalmente terminaban así, con él, padre, asesinado por el fantasma de una chiquilla dotada de una fortaleza solo concebible en sueños.

            Nuevamente fueron sus alaridos los que alertaron a los vecinos. A esa altura, la patrulla había reanudado su ronda por el barrio, dándolo por fugitivo o por muerto. Esta vez, sin embargo, no estuvo dispuesto a esperar a que volvieran por él. Como pudo, se puso de pie y reanudó su peregrinar cerro arriba, con la esperanza de poder cruzar la loma y bajar en dirección al centro de la ciudad. ¿Concebía acaso alguna recompensa allí? De ninguna manera, pero dentro de la poca lógica que acompañaba su andar, le parecía no solo interesante, sino también necesaria la búsqueda de otros espacios, de otras calles, de otros infiernos posibles.

            Avanzó dando tumbos hasta lo alto de la loma, pero entonces lo sacudieron los temblores. La visión de una caja de vino vacía arrojada por algún otro borracho sobre un baldío le pareció una broma diabólica. Se acercó a ella, y con aire despectivo, orgulloso, la pateó hacia el infinito. Pensó en que se sentía un poco más viejo, un poco más vil y un poco más enfermo que otras veces. “Este asunto irá avanzando con el tiempo. Llegará un día en que ni siquiera podré mantenerme en pie. ¡Qué va! Para eso están los gusanos, ellos sabrán qué hacer con este desecho humano”. Los temblores comenzaron a hacerse más notorios y desagradables.

Desembocó en una suerte de plazoleta. La visión de los bancos de madera y los árboles frondosos le produjo una fugaz sensación de calma. Quizás pudiera encontrar en aquel lugar un descanso. Eso sí, primero debía resolver lo de sus temblores. Necesitaba alcohol con urgencia. Le pareció distinguir el sonido de una conversación de cantina, en las cercanías. Caminó algo confundido de un lado a otro. Incluso, dio vuelta a la manzana un par de veces antes de dar con un portón del que provenían sonidos de algarabía y vasos chocando unos con otros. Al parecer, se trataba del lugar correcto. Golpeó con los nudillos y solo obtuvo por respuesta una voz ronca diciéndole:

- ¡Aquí no aceptamos vagabundos, largo!

 



            Tras alguna insistencia, extrajo sus últimas monedas y volviera a golpear con ellas el portón, se abrió una pequeña compuerta ubicada a un costado, de donde salió un vaso plástico de color café lleno de vino. Su desesperación no le permitió atender a que había pagado casi el triple del precio habitual. Con desesperación, bebió aquel vaso de un solo trago, y consiguió avanzar un par de cuadras en dirección a la plazoleta, antes de desplomarse, al lado de una acequia.

            La mañana siguiente lo sorprendió con una de sus habituales pesadillas, a lo que se sumó la infame pérdida del zapato que le quedaba. Cerró nuevamente los ojos, quemados por el sol, e intentó una y otra vez volver a dormirse. “En el mejor de los casos, esta vez será para siempre”, se repetía como dándose ánimo. Finalmente, lo consiguió.


jueves, 3 de marzo de 2022

GUSTO

 


El gusto es mío, aunque la covid diga lo contrario.

Sin conocerte te juzgué.

Sin buscarte, te hallé en el paso de una nube nortina y difusa

 en un cielo de verano.

Tú dijiste lo mismo, en todo caso,

 y nos dimos el gusto

 de saborearnos.




viernes, 6 de agosto de 2021

CONMOCIÓN INTERIOR





Debo reconocer que me pone contento el poner a disposición de ustedes este pequeño librillo inspirado en la Revuelta de Octubre de 2019. Cierto es que lo tenía pendiente hace bastante tiempo. 

La mayoría de los textos fueron creados durante las primeras semanas de la Revuelta; lo hermoso fue haber tenido la oportunidad de leerlos junto con otrxs compañerxs poetas en varias plazas y esquinas de la ciudad en rebelión. Algunas de aquellas lecturas espontáneas terminaron antes de tiempo, reprimidas entre gases y balines. 

¿Por qué no lo subí antes? Pues porque en términos literarios e incluso personales, concebí la pandemia como un momento de repliegue táctico, pero ya venía siendo tiempo de ponerse al día. Les dejo, entonces, estos primeros apuntes de una Revolución en curso. 


LEER AQUÍ:



CONMOCIÓN INTERIOR by Oscar Sanzana

sábado, 19 de junio de 2021

¡Besa La Cabra!

Acepté juntarme con ella después de todos esos meses que había pasado lejos de su lado. Cierto es que los asuntos de mi terapia marchaban bien. Ya no temía despertar por las noches para transformarme en un ser insomne que vagara por mi casa con la triste soledad de un espectro. Las pastillas hacían lo suyo y, aunque en mi condición de medicado la felicidad es algo que se mira con resignación y no poca desconfianza, los días traían consigo cierto sosiego que por largo tiempo me fuera esquivo. De allí a que cuando encontrara su mensaje de voz en mi teléfono, decidiera aceptar su invitación.

A la Pancha la conocía desde harán unos cinco años. Los primeros dos fueron los mejores quizás, cuando nos enamoramos locamente y hasta decidimos vivir juntos un tiempo. Una decisión que me costaría caro, pues en poco más de seis meses meses perdí mi empleo y comencé a experimentar lentamente el abandono de mis amigos. Y no es que la Pancha fuera en realidad, cómo se dice, absorbente. Por el contrario, me empujaba a reunirme con mis amistades, a salir a los bares y a continuar con mi vida social.

De hecho, tenía todo lo que yo esperaba de una compañera. Podía contarle cualquier idea loca que se me viniera a la mente y a lo sumo se reiría a carcajadas, pero sin jamás juzgarme. Es fácil encontrar dulce una vida así: salir de mi empleo en esa tediosa oficina y saber que la Pancha me esperaría en la Perú, o debajo de los Tribunales, y que pasearíamos sin más horizonte que el de dos almas algo descompuestas y solitarias que se hacen compañía.

Las noches más delirantes tenían lugar cuando aceptaba fumar algo de marihuana con ella. Si hasta creo que me enamoré con solo mirarla enrolando pitos. Paciencia, serenidad, arte, deseo. Grupos de nubes, cúmulos colosales galopando en mi conciencia a la espera de que aquel ser de luz terminara su tarea y me llevara a ese otro mundo. Puedes juzgar a una persona por cómo enrola sus pitos. Por supuesto que sí.

-Ya está listo, dale tú primero, enciéndelo. ¡Besa La Cabra! –me decía mirándome profundamente a los ojos, aludiendo al título de una canción de rock algo satánica que hablaba de ceder a los placeres.

-Vale.

 

Y entonces venía el caminar por el Parque Manuel Rodríguez examinando atentamente los matices de cada color otoñal, deleitarnos con el cielo y con la acuarela crepuscular. Abrir nuestras mentes y corazones a la rareza. Luego comer algo, llegar a la casa a ver una película o, en el mejor de los casos, a hacer el amor. Tal vez no se trate precisamente de una vida gloriosa ni altruista, pero por aquel entonces me parecía suficiente para continuar viviendo con algo de salud mental. Debo admitir que a menudo olvidaba mis pastillas y, con el correr de los días, aquello que antes me mortificaba, simplemente dejó de importarme.

Una noche de sábado, tras haberme pasado todo el día en la cama junto a la Pancha, me sorprendí arrojando por el wáter las últimas pastillas que me quedaban. Una extraña sensación de libertad, ansiedad y miedo se apoderó de mí por algunos segundos. Luego llegó la Pancha toda arreglada a decirme que íbamos a salir a bailar:

-¿De qué hablas? Si estamos en cuarentena…

-Iremos a bailar de todas maneras esta noche, aunque solo seamos los tres junto a la luna. ¿O crees que me emperifollé por las puras?

 

Y ahí iba yo junto ella camino a alguna plazoleta o jardín donde pudiéramos sortear a los pacos y sentirnos más libres. Y, por cierto, el asunto siempre terminaba en baile junto al par de perros callejeros que aceptaban acompañarnos.

Fue una tarde gris cuando ella me habló de ese curso que debía hacer fuera de Concepción y que mejor termináramos en buena porque no confiaba en las relaciones a distancia. Le dije que no fuera lesa, que la esperaría lo que necesitara, pero no hubo caso. Recuerdo que estábamos sentados en una banca de la Avenida Los Carrera, y el ruido de los autos me resultaba particularmente molesto. Una ola de súbita tristeza se apoderó de mí y llegó en la forma de mis demonios habituales: “weón, te vas a morir sin haber hecho ni una weá importante en tu vida”. Y pensaba en esa antigua vida mía que me esperaba, la del insomnio y del grácil consuelo de las pastillas.

-Escucha, no seas tonto, vas a estar bien sin mí. Ya no tendrás que aguantarme. Además, quién sabe si el tiempo vuelva a reunirnos…


La miré de una forma que ella percibió extraña, como si quisiera atesorar ese rostro tan querido por toda la vida. Entonces desvió su mirada hacia el rayado que había en una pared, que decía: “ACAB en mi corazón… Piñera no existe”. Luego me miró y me repitió con dulzura:

-ACAB en mi corazón…

 

Y no volví a saber de ella hasta el audio de esta mañana. Que me había extrañado mucho en este tiempo, pero que había aprendido varias lecciones de vida y que estaba lista para regresar a Conce. Que me esperaría en la Perú, cerca de la pileta, como en los viejos tiempos. Y ahí estuve yo, como esperando este momento toda la vida, echando por el wáter todas mis pastillas nuevamente, dispuesto a arriesgar lo poco que me quedó de alma cuando ella se marchó; dispuesto tal vez a perdonarle estos meses de soledad y nostalgia.

A medida que me acercaba a la Perú mi corazón latía más de prisa, como el zorro domesticado del Principito. Yo había sido domesticado por la Pancha, qué duda cabía. Entonces el sonido de los tambores, la algarabía, los grupos de bailarines y la diversidad noctámbula. La Pancha apareciendo entre los fuegos de una malabarista, su abrazo que me devolviera a esa forma de vida extraña que teníamos los dos, el beso de aquella boca pequeña con la que había soñado largos meses. Ella que saca uno bueno y me dice:

-Ven, tenemos mucho que conversar, pero antes, ya sabes, besa La Cabra.

 

Eso hice.



 

martes, 1 de junio de 2021

ENCUENTRO

 


Bebo esta cerveza rebelde en la Martínez de Rozas

Vuelvo recién de la marcha y de su represión

Afuera continúan las sirenas, los disparos y los gritos

Salgo nuevamente, una micro de pacos a medio quemar nos persigue

Me refugio en el Taller del Libro y salgo inmediatamente detrás de la micro

A buscar a mi compañera

Apenas puedo respirar por el humo y los gases

Agarro un camote para darme seguridad

La veo a mi compa, me ve, y nos sonreímos a la distancia.

Vaya tiempos de locura estos.

Es inevitable disfrutar cualquier segundo de alivio.

Mierda, tanta belleza y pudrición juntas en las calles

Como dos lenguas retorciéndose en un mismo y apasionado beso

De amor y de muerte.

El principio del cielo es el infierno.



viernes, 9 de abril de 2021

VECINO


¡El cambio es inminente! ¡El modelo está liquidado! Desde mi cuarto escuchaba los vítores de mi vecino ebrio de vino barato y revolución. Poco antes había repartido una malla de limones a un grupo de manifestantes que huían de los milicos. Era la tercera o cuarta noche de éxtasis en la pequeña trinchera que constituía esa pieza que arrendaba en el cité de calle Ongolmo. Me lo imaginé altivo, dichoso y pleno. Lo imaginé solitario, soñador y niño. Dando vueltas por la habitación ignorando el reporte de saqueos de la tele; danzando en calzoncillos todo libre, todo loco y con el alma llena de banderas.