Decidió cerrar el trato de todos
modos, aunque lo considerara un rufián con ojos de comadreja. Pese a estar
consciente que a la menor provocación, él utilizaría todo su poder para
proveerse de una venganza espantosa. Incluso, sabiendo ella el auténtico hijo
de puta que era, decidió sellar el horrible pacto frente al sacerdote, con un
lacónico: “sí, acepto”.