Revista Azoteas fue una publicación digital de creación
literaria que se publicó entre los meses de enero y octubre de 2013, y fue
co-dirigida por Gabriel Meza Alegría, Raúl Millán y Oscar Sanzana Silva. En
realidad, nosotros lo hacíamos todo: desde crear los textos de todas las
secciones (Poesía y Relatos) y columnas (La ciudad invisible, La memoria de las
letras y Wurlitzer) hasta subir las fotos y editarnos mutuamente nuestro material.
Territorial, existencialista y comprometida, Azoteas entró en un receso definitivo con la publicación de su última edición, aunque sus autores siguen manteniendo proyectos literarios en conjunto, como las Ediciones Telúricas.
Aquí va una muestra del material publicado en Revista Azoteas:
Pésame
Pésames, muchos
démonos.
Como si fuera esta noche
la última vez
que veremos la vida florecer
desde detrás de una lápida ardiente
y con ganas de emerger desde el
vacío,
como ánimas rabiosas,
consumada a una venganza estéril.
Los hielos
Tal vez no exista secreto más inquietante
sobre esta mesa
que el de esos hielos que esperan fusionarse con el agua
como quien abriga el extravío o la muerte como última
esperanza
Los hielos no son sabios:
como nosotros
golpean los vasos,
con ansia fugitiva
reposan al fin acariciando nuestros labios
Deshaciéndose, infinitos,
en la noche líquida que finalmente los posee.
Una última vuelta de tuerca
Militó en media docena de
partidos políticos, antes de hacerse DC. Cambió varias veces de novia, solo por
la curiosidad de saber qué tanto sufriría cada una con su partida. Se hizo
ecologista, y al poco tiempo se le vio instalado en el escritorio de una
celulosa, llamando a reprimir a los “salvajes” que querían vivir ajenos a las
luces del progreso. Jugó a ser mormón, pero no pasó mucho antes de que se volviera
ateo y los acusara de ser agentes de la CIA. En realidad, el tipo era por sobre
todas las cosas un payaso. O un muy buen actor.
Esto último lo puso en práctica
cuando fue detenido por microtráfico. Había renunciado con anterioridad a ser
hippy, pero aun así no dejó los tranquilizantes. Argumentó exitosamente al juez,
que deseaba tocar fondo para poder volverse un asceta y dedicarse a salvar
almas. Poco antes de volverse conservador, practicó el amor libre con sus
parejas, pero siempre se las arreglaba para fingir ataques de celos antes de
mandarlas a la cresta. Y así.
¡Quién hubiese imaginado que un
hombre así llegaría a vivir 81 años! El día de su muerte, con la certeza de un
desahucio médico irremediable, quiso aplicar a su vida una última e inesperada vuelta
de tuerca. Sintiéndose como la mierda, con la muerte apoderándose una a una de
todas sus células, consiguió congregar a su escasa familia y amigos en la sala
de espera. Para ello, en realidad, no necesitó fingir un agravamiento de su ya
delicada situación. Sabía, pues, que en la habitación de al lado se esperaba su
fatal desenlace de un momento a otro, entre sollozos, pero de una forma ciertamente
apacible.
Con las pocas fuerzas que le
quedaban, convenció a la enfermera para que le hiciera un último favor. “Me
gustaría mirar el cielo una última vez, antes de irme”, le dijo, y ella le
creyó. Pero en cuanto vio la ocasión, el viejo ladino empujó a la enfermera
para apartarla de su lado. Acto seguido, se arrojó al vacío desde la ventana, rompiendo
los cristales, ante la mirada de decenas de pacientes y personal médico, todos
los cuales coincidieron en que el anciano cayó riendo a carcajadas, mofándose
de los presentes, consciente de su última y mortal victoria.
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