Por tercera noche consecutiva, la ciudad
estaba llena de humo. Se respiraba por todos lados, mientras media docena de
incendios forestales producían bellos y terribles resplandores a lo lejos.
Estábamos en un pequeño departamento, planificando lo que sería nuestro golpe
definitivo. Alguien sugirió minutos antes hacer volar el Banco Estafa. En el
transcurso de la reunión, me pregunté varias veces qué diantres hacía allí, con
toda esa cantidad de personajes extraños. Había uno, por ejemplo, que tenía el pelo
verde petróleo y unos ojos flamígeros. Cuando irrumpió la policía, nos encontró
más que preparados. Para entonces, los incendios que rodeaban la ciudad habían
hecho lo suyo. Era tal la inminencia del fuego que hasta la gente parecía
arder, y que unos cuantos agentes salieran disparados por la ventana y
envueltos en llamas a la calle, la verdad, a nadie causó mayor impresión.
(Experimento fallido, 2015)