Escribiré algunas
palabras en relación a mi nueva novela, “La alta torre”. Será publicada por la Editorial Taller del Libro, a quienes agradezco la posibilidad de visibilizar este nuevo trabajo bajo su sello.
Quisiera señalar en primer lugar que mediante su escritura tuve el
desafío de conectar las vidas de una serie de personajes extraños y
disímiles; existencias todas aparentemente individualizadas en sus
respectivas soledades, pero cuyas circunstancias finalmente les
permiten hallar cierto cause común.
Contrariamente a lo
que ocurrió en mis novelas anteriores, en “La alta torre” los
personajes fueron incorporándose al relato uno por uno, la mayoría
de las veces por necesidad. Me explico. Desde que comencé su
escritura, tuve la impresión de que las peripecias de
Octavio Careaga y la Hija del Sol resultarían suficientes para
demostrar aquello que quería representar en la obra. El abandono, el
vacío, la imposible terapia, el horror cotidiano, la a ratos poco
digna esperanza. Y sin embargo, me di cuenta de que había una serie
de situaciones que ocurrían alrededor de los dos personajes y que de
alguna forma condicionaban su actuar. De allí que decidiera agregar
algunas historias contiguas y entrelazarlas. Asimismo, enriquecían
la narración al punto de reforzar el suspenso, para que éste se
mantuviera hasta la última página del libro.
Sin entrar en
detalles, podría señalar que esta nueva novela surgió en un
momento personal de angustia y con la insólita ilusión de que algún
personaje le devolviera -con su ficción-, algo de realidad a un
mundo que cada vez se me aparecía como más irreal y despojado de sentido. “La alta torre” o los delirios de una mente
desorientada dispuesta a su ejecución. No nos engañemos. Posiblemente,
la obra no sea más que la fotografía de un puñado de intimidades a
las que se nos permite acceder entre pasajes neblinosos. Algo así
como una mirada necesaria al ocaso de unas vidas torcidas,
desahuciadas, aunque con un instinto de conservación que resulta
casi siempre conmovedor. Cuando mirar a los personajes es
contemplarse uno mismo frente a ese espejo trizado en el que se
transforma muchas veces nuestra propia realidad, fragmentada y
aparentemente inconexa, rota nuestra humanidad por las experiencias
negativas de una vida que desde niños supimos íntimamente que sería
más compleja de lo que nos decían.
No me resulta fácil
hablar de esta novela. Me tomó casi tres años escribirla, y cada una de
sus líneas atesoró el deseo de encontrar un refugio. No sé si lo
encontré, pero comprendí al escribir su último punto que había
sobrevivido a su escritura y que era, por tanto, más fuerte que cuando la comencé. Como
los propios personajes de la novela, vivimos en una sociedad
hipócrita, en medio de realidades ocultas e invisibilizadas entre la
ostentación y la estridencia exitista. No hay un lugar, pues, para
perdedores ni perdedoras. La competencia se ha devorado la
solidaridad, y con ella ha desaparecido la consideración del prójimo
como un semejante, siendo relegado a un simple ser residual dentro de
nuestro mundo de consumo y humo, al decir de Benedetti.
Quien diga que los
seres humanos no somos animales, no sabe de lo que habla. Es allí,
muchas veces, en nuestro instinto, en nuestro ser íntimo y apegado a
su estado natural, donde radica nuestra última posibilidad de
salvación. Algunos de los personajes de “La alta torre”
encuentran valentía y resolución motivados por un deseo instintivo
de alcanzar la bondad y la salvación de su humanidad. Otros
profundizan en el horror con el objetivo de borrarse de una vez y
desaparecer. Con todo, no distingo personaje alguno en que no exista,
siquiera débilmente, un afán de supervivencia para acudir -en algún
momento- a su rescate.
La esperanza parece
amanecer semi intacta en los ojos de estos seres ficticios, a los que
di origen intentando comprender lo que pasaba a mi alrededor en una
época difícil. Entonces, lo habitual era que despertaran
anhelantes con la idea de vivir un día perfecto, tras una larga
noche de siniestras pesadillas. ¡Y allí los tienen! Luchando por
convencerse de que una mañana se despertarán siendo libres de aquel
desdibujado mundo de sombras y furias.
“La alta torre”
puede ser la historia de cualquier naufragio, de la búsqueda
lastimosa de una orilla, del horizonte lejano aunque esperanzador. La
crónica de un rescate necesario que siempre será posible si así no dejamos
de concebirlo.
Concepción,
julio de 2018.
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