miércoles, 14 de noviembre de 2018

Aullidos desde el más allá


   Acá les comparto el relato finalista de un Concurso de Cuentos Cannábicos en el que participé. Dice así:


   Cierto, habíamos fumado demasiado de una misteriosa cepa que encontramos sobre la mesa después de una larga noche de juerga. Lo que en un comienzo habíamos planificado como una sesión creativa se transformó de pronto en una simple y vulgar junta fumeta.

   Como suele ocurrir en estos casos, las carcajadas estridentes dieron paso a toda clase de ideas delirantes, y luego, a un prolongado silencio. Un silencio de miradas bajas, meditabundas, pupilas dilatadas y “rictus cannábicos” en las quijadas de los participantes.

   En ese estado de contemplación estábamos cuando súbitamente escuchamos -con toda claridad- unos elocuentes aullidos, seguramente provenientes de algún patio vecino. De un momento a otro, los aullidos se volvieron tan notorios que consiguieron despavilarnos:

-Ohhh, ¿qué onda, qué fue eso? -nos miramos entre todos, atemorizados.


   Los aullidos cesaron a los pocos segundos de prestarle atención, pero nada volvió a ser lo mismo a partir de entonces. Nuestra volá reflexiva había derivado en una de tipo paranoide. Perseguidos a más no poder, nos quedamos atentos escuchando y llegamos casi a saltar al menor sonido. Estábamos en un piso alto, y al poco rato divisamos una columna de humo naranjo que se levantaba a lo lejos.

-¡Miren eso, está quedando la cagá! -gritó Felipe apuntando el humo.


  Si bien fue grande nuestra curiosidad, ninguno de nosotros atinó a levantarse de su asiento y acercarse al ventanal, como para tener una mejor idea de dónde provenía todo ese humo naranjo. Eso sí, tiramos toda clase de teorías: un gran incendio, una explosión, una emergencia química, etc. Nos miramos preocupados y retornamos a nuestro silencio.

   Después de un rato, la habitual dispersión de los volados hizo lo suyo: alguien tiró una talla y todos reímos a más no poder. Nos olvidamos por completo de lo que había ocurrido, así como de nuestro momento de persecución y pánico.

   El caso fue que algunos días después de ocurrido el episodio todavía era motivo de conversación, y estando en compañía de Felipe recordamos que habíamos dejado puesto el grabador de sonido. Aquella era una práctica habitual en nuestras “sesiones creativas”, y nos había permitido rescatar del olvido innumerables ideas que de otra manera se hubiesen desvanecido junto con los humos.


 Nos dio por escuchar la grabación de la junta, claro, y casi nos fuimos de espalda cuando descubrimos que nunca hubo aullidos (reales, al menos). El hecho que había gatillado nuestro “mal viaje” no existió. Las dudas razonables se abrieron paso: ¿habría sido una invención de nuestras mentes?, ¿sugestión?, ¿alucinación sonora?, ¿demencia? Debo reconocer, de cualquier forma, que esa yerbita misteriosa se las arregló para hacernos partícipes de una buena historia y de un pequeño apocalipsis que finalmente no sucedió.