Nunca he entendido
por qué no se me da tan fácil escribir acerca de mis propias obras. Para colmo,
el asunto se vuelve peor en el caso de los poemarios. Pero estoy contento de
poderles ofrecer en fecha muy próxima un nuevo trabajo llamado Bosque neblinoso, en formato papel (librillo)
y digital (ISSUU).
Acerca de cómo
nació Bosque neblinoso, escribí
algunas palabras en lo que será la contraportada del librillo:
Los
poemas que componen esta obra corresponden en su mayoría a escritos registrados
a la rápida en croqueras de bolsillo, entre dibujos, aforismos y anotaciones
diversas.
Bosque neblinoso es una oda al deambular por el bosque urbano, por sus
alturas, azoteas y extramuros, escrita en clave psicotrópica. Contemplación,
deleite y anotación. En los últimos dos años he llenado varias croqueras
intentando capturar aquellas deducciones que casi siempre saltan a destiempo
ante nuestros sentidos. Una exhaustiva revisión de ellas me condujo a la
publicación de este poemario.
Reconozco que
dentro de mi producción poética estaba en deuda con los árboles y con las aves.
Existe en la fuerza creadora de estos importantes personajes de mi cotidianeidad
una influencia que no puedo negar. Sobre ellos, ya lo sé, se han escrito miles
de versos a través de la historia. Y, sin embargo, nos siguen evocando lo que tal
vez desearíamos fuera una extensión de nuestra propia humanidad. Me explico.
Por una parte, el vuelo de las aves por el cielo -sea majestuoso o travieso- me
parece un acto poético en sí mismo; desde luego, volar para nosotros es una
condición inalcanzable y, por tanto, envidiable. Sería absurdo intentar
explicar aquí la fascinación que desde temprana edad experimentamos los seres
humanos con la idea de volar. Intuimos lo maravilloso de esta habilidad y no
tardamos en asociarla a una condición espiritual, tal como lo hacían nuestras machis.
En tanto, es un
hecho que los árboles se alzan buscando la luz, consumando de igual modo su
existencia en la búsqueda de habitar las alturas. Los árboles, no obstante,
afirman en la tierra su esencial altruismo. Es por ello que sus raíces les
recuerdan sus orígenes, y desde allí alzan su particular vuelo. ¿Serán las aves
y los árboles los más grandes poetas de todos los tiempos? Como seres vivos, su
habitar está cargado de imágenes capaces de evocarnos ensoñaciones para nuestro
gusto e incluso para nuestro espanto (recuérdese el cuervo de Poe).
¿Tienen los árboles el deber de compartir con nosotros su sabiduría? Lo
más probable es que nuestro sea el deber de escucharles. Éste es el relato de
una travesía por el medio de un bosque que es en realidad la ciudad misma. Es,
por sobre todas las cosas, una invitación a viajar hacia el interior de nuestra
propia cotidianeidad.
Cada uno de
nosotros y nosotras esconde un bosque en su interior. Hay quienes consiguen
aventurarse en él y salir victoriosos. Otros, en cambio, desesperan sus vidas
intentando hallar de una vez por todas la salida. En mi caso, me resulta más que
suficiente haber encontrado un pequeño claro, como testimonia este libro, desde
el cual apreciar en su justa medida el camino avanzado en medio de su espesor.
Y la neblina tampoco es casual. Si bien dificulta la travesía, su opacidad
cubre de un halo espectral todo el transitar, al punto de que realidad y
ficción, sueño y lucidez, día y noche, delirio y razón, parecen ser dualidades
absolutamente obsoletas en el espesor verde niebla de este bosque.
Entrar al bosque neblinoso. Escuchar el susurro de la bruma. Dejarse
conducir por sus visiones fantasmagóricas. Hallar un claro. Encontrarse a uno
mismo. Salir del bosque neblinoso.
Vaya dedicado este
libro, pues, a los árboles y a las aves, a las que vemos en la altura y a las
que intuimos en nuestro interior; también a quienes transitan hoy por bosques
neblinosos, pues me siento profundamente hermanado a ellos y ellas. Después de
todo, la poesía es el lenguaje más íntimo y sincero en el que podemos
comunicarnos. Que así sea.
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