Te golpearon, humillaron, gasearon y mojaron.
Hasta que te hartaste de responder a su violencia -a su horror- con simples
consignas. Entonces no recuerdas cuándo fue la primera vez que maldijiste a la
autoridad, aunque solo alcanzaras a sabotear a su lacayo. Primero fue gritarle
en la cara al desclasado ése y que una luma acudiera a su rescate. Viste a todo
el mundo cubrirse el rostro para descubrir la realidad. Decidiste no regalarte
a la repre nuevamente, y ni cuenta te diste cuando le arrojaste un camote al
psicópata que disfrutaba baleando a la gente con su escopeta, como si fuera un
puto videojuego. Luego vendría la acción directa, el fabricar muros en las
calles con los adocretos de los Tribunales. Más tarde, el desear su presencia
en la protesta para poder descargar tu rabia. Un día contemplaste el fuego de
una barricada y te maravillaste al encontrar belleza en esas llamas que
consumían todas las puertas que la sociedad te cerró en las narices, con el
único y brutal argumento del porque para
ti, no.
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