Se quedó espiando
la ventana de su amada desde la calle. Las cortinas se cerraron como cada lunes
a las siete de la tarde. Pero ese día Facundo sintió que algo se quebró para
siempre en su interior. Tal vez por eso se decidió a entrar al local de libros
antiguos de calle Maipú, y acatar lo que le ordenaran las páginas del primer
escrito que consultara. Para su fortuna o desgracia, abrió Los túneles morados de Belmar, Daniel, justo en la escena en que el
tren arrollaba al Oso, un borracho
esquizoide, bajo la intensa lluvia que caía sobre la ciudad. Lo interpretó como
un llamado urgente a la acción: se quitaría la vida mientras ella se entregaba
a los brazos de otro.
Caminó por calle Tucapel
hacia Vicuña Mackenna, y esperó a que pasara algún convoy. No contaba con que
ese día los trabajadores de ferrocarriles estaban en huelga, y tenían
interrumpido el paso de los trenes. Esperó hasta que se oscureció, y la bruma
comenzó a hacerse espesa. Volvió a la librería y tomó otro libro, con la férrea
intención de repetir el ejercicio. Eligió el mismo estante, dando con Ciudad Brumosa, justo en la página donde
el protagonista Gastón Luna esquivaba el ataque de un bandido, respondiendo
alevosamente con tres tiros de pistola a su agresor. Un tipo con cojones, pensó
Facundo. Entonces se resolvió a liquidar a su enemigo que, a juzgar por las
cortinas aún cerradas, continuaba disfrutando de la fogosa compañía de su
querida Isidora. Resuelto, abrió a patadas la puerta del tercer piso. Liquidó
al amante de una certeza puñalada, o por lo menos eso creyó al enterrarle cerca
de su hombro izquierdo un pequeño cuchillo de cocina. Isidora escapó por una
ventana, arrojándose a la calle sin que nadie se percatara del suceso, por
increíble que parezca.
Facundo salió del
edificio horrorizado de sí mismo. Y mientras pensaba hacia dónde escapar, se
encontró otra vez frente a la librería. Juzgó que era hora de un último
consejo. Volvió al estante aquel y esta vez Belmar le aconsejó desde su Roble Huacho, que cuando creyera
ver a su pesadilla arder, se decidiera
por el atajo de su libertad. Corrió sin saber muy bien dónde, pero al
preguntárselo siguió corriendo y sus pasos lo llevaron lejos.
(Cómo matar a tu jefe, 2012)
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