La primera vez solo alcancé a divisar su
cola, cuando la cajera de la farmacia me ofrecía un vigorizante sexual por la
compra de unas aspirinas. La segunda, capté algo más que su cuello, mientras se
desperezaba dentro de una oficina municipal. La última vez me lo encontré de
frente, predicando en la Plaza Independencia; hablaba con tanta seriedad y
convicción, que estuve a punto de pensar que realmente se creía todas las
barbaridades que salían de su boca.
(Experimento fallido, 2015)
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