martes, 26 de abril de 2016

EL GLADIADOR



Lo vi retorcerse en la arena mientras los fanáticos lo alentaban para levantarse y volver a la carga. Su rival no llevaba ningún escudo, ni tridente ni red ni púa. Le faltaba un diente, si eso sirve para conferirle alguna fiereza. El luchador se levantó como pudo y antes de que pudiese abrir bien los ojos ya había recibido otra media docena de golpes en la cara. Sin embargo, debo admitir que los resistió muy bien, y ninguno de nosotros, los espectadores de aquella cancha-de-tierra-coliseo-romano-de-Hualpén pudimos entender cómo se las arregló para torcerle el brazo a su oponente, y con una llave tan hermosa como brutal, ponerlo de rodillas, suplicando piedad. Nosotros, el bajo pueblo de siempre, desempeñamos el papel que nos correspondía en aquel viejo guión, agitando en el aire nuestros pulgares abajo. Lo que vino después fue un alarido del vencido, y celebrar por la victoria de nuestro magnífico gladiador, que corrió junto con un fajo de billetes, correspondiente al dinero de las apuestas, rumbo a la primera cantina que encontrara en la población Críspulo Gándara.  

(Experimento fallido, 2015)




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