Al
cruzar la calle y detenerse un momento frente a su reflejo en una
vitrina, notó que su boca dejaba ver un gesto de crueldad. Pensó en
echarle la culpa a los chocolates revenidos que acababa de
obsequiarle a su novia; pensó en los años que llevaba ella haciendo
vista gorda de sus malos tratos; y, por supuesto, también pensó en
la otra chica que le esperaba en un pequeño departamento con vista
al río junto a un hijo no reconocido. Recordó pequeños aunque
significativos episodios en los que traicionó a familiares y amigos;
y cuando vendió por un par de chauchas a un compañero de trabajo
que había llegado tarde y resacoso a un turno. Cayó en la cuenta de
que se había convertido en un auténtico hijo de puta, y creyó que
algún alivio experimentaría su alma si se dejaba pisotear por algún
vehículo de la Avenida Los Carrera. Luego no pensó más, cerró los
ojos y dio algunos pasos en dirección al vacío.
(Inédito)
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