Antes de que se vaya el año, aprovecho de darle algo de vida al blog. Y lo hago subiendo estas notitas de la presentación del libro "EL DESEO INVISIBLE: Santiago cola antes del golpe", del escritor e historiador Gonzalo Asalazar. La obra vio la luz este 2017 y fue publicada por Editorial Cuarto Propio. Agradezco a Ángela Neira, docente, editora y escritora, por invitarme a presentar este interesante libro en Concepción, así como a Artistas del Acero por el espacio y por las fotografías que acompañan esta nota. El lanzamiento fue todo un éxito y especial mención tiene la tertulia post evento acontecida en un bar de las inmediaciones.
Adentrarse en la ciudad perdida con un mapa en la mano. Mapa que es
cartografía, que es historia y ruta. Recorrer Santiago en busca de
la urbe cola perdida tras más de cuatro décadas que la redefinieron
y resignificaron en lo urbanístico, político, social y cultural,
como ciudad-laberinto-dispositivo de control sobre cuerpos y
mercancías-lugar de encuentros ardientes y clandestinos para amantes
furtivos sobre los que pesaba la persecución y el castigo.
Gonzalo Asalazar nos propone en su obra el siempre interesante
ejercicio de conciliar la historiografía con la crónica de una
ciudad que ya no existe. Y a nosotros -sus lectores- nos queda la
misión de internarnos en las calles nocturnas y deseantes a las que
nos invita Gonzalo. Atisbar, por ejemplo, a los mostaceros de la
Plaza de Armas y sus clientes casi siempre discretos, aunque
poseedores de la audacia que solo permite desarrollar el saberse
subvirtiendo el orden heteronormativo de una ciudad gris.
Así, seguiremos detrás de los hombros al temerario Fabián en su
reencuentro con Juan, el obrero orgullosamente revolucionario y cola
que le espera en una esquina para cobrarse revancha por una felación
virtuosa que devino pelea a combos.
El Fabián arruga la cara y le planta un combo en la nariz, qué
te creís culiao, yo no soy maricón, le espeta y el Juan le aforra
de vuelta, pega fuerte el hueón, piensa el Fabián mientras levanta
la mano para pegar de nuevo, más rápido que su rival, y le da en
plena nariz al Juan, quien se agarra la cara con ambas manos mientras
un chorro de sangre tiñe el piso mierdiento, y se agacha adolorido
cuando el Fabián sale rajao' por San Antonio hacia el sur
(pp.36-37).
Asistiremos a la descomunal orgía que se arma en algún sitio del
cine Miami -aquellos cines que servían de lugares de encuentro
“casual” para colas angustiados, empujados por la soledad y el
deseo-. Orgía que comenzara con el simple flirteo de Oscar y el
chico universitario en esa tórrida noche de 1969. Aquí, al compás
de una crónica tan seductora como vertiginosa, el autor nos
intercala el testimonio de un antiguo “espectador” de aquellos
cines, para retrotraernos y decirnos “esto es lo que pasaba, así
eran las cosas por entonces”.
Yo cuando venía al cine, llegaba, se sentaba alguien, bien
oscuro, y con la pierna empezaba, así y la mano la ponían aquí…
así. Yo llegaba al cine, cuando en eso sentía la pierna… después
la mano en la butaca […] También era prudente ir a los baños,
porque todos me ofrecían, hola, cómo estay, pero hacer cosas al
baño, me invitaban para afuera. Dentro de los baños se veía gente
chupándolo, sobre todo (p.48).
A propósito de los cines, cabría aquí mencionar el concepto de
“heterotopía”, acuñado por el filósofo Michael Foucault en
1967, para referirse a aquellos lugares que son capaces de
transformar el tiempo y el espacio de quienes los habitan. Los cines,
la esquina oscura, las laderas del Cerro Santa Lucía, el antiguo
Barrio de Bellas Artes, se transforman así en refugios habituales,
en guaridas. Existe en cada uno de estos encuentros un afán de
encontrarse con ese otro que es mi compañero y cómplice en esta
fuga. Sí, fuga, porque hay necesidad de escapar del entorno
asfixiante de la heteronormatividad -para estos efectos, lo mismo
daba ser “momio” o “upeliento” dogmático y homofóbico-.
Luego, finalizado el sexo, la reflexión culposa, el autodesprecio,
pero también el secreto convencimiento de que no será en ningún
caso la última vez, de que vendrán muchas más, porque el cuerpo
-¿y el corazón?- así lo piden. Y entonces la fiesta de máscaras
que se arma a escondidas del poder, en cada micro espacio capaz de
ser resignificado a punta de cachas ilegales, de sórdidas
transacciones, acaso también de aventuradas declaraciones.
Especial mención merece la impecable contextualización de la época
histórica que vivía nuestro país, con el gobierno de la Unidad
Popular propiciando un ambiente de gran agitación política y
social, así como de un bohemia intensa, buena parte de la cual es
retratada de forma virtuosa por Gonzalo. Pero claro, ni siquiera
este ambiente de esperanza en las grandes transformaciones
estructurales anunciadas por el gobierno podrían salvar del oprobio
al joven obrero militante:
Es el caso del Juan. No es religioso y vive lo más libre que
puede sus placeres, pero sabe que si en el Partido lo supieran, lo
echarían cascando. Y eso que a él no se le nota lo maraco. Actúa y
se siente hombre. E incluso más: obrero revolucionario. Y por eso
mismo sabe que sus gustos no serían bien mirados por sus compañeros.
Porque el deber de todo revolucionario, una parte de su moral, el
tener una mujer y procrear los niños que vivirán el socialismo. Lo
demás es desviación burguesa (p.85).
El mapa que se aloja en el libro no es ningún accesorio inútil. A
través de sus zonas rosadas podemos aproximarnos a las calles y
barrios que componían el Santiago cola de los años 50 a 1973. Su
función es volvernos lectores y lectoras navegantes. Allí están
señalados los 30 puntos más emblemáticos que se desperdigaban por
esas nocturnas y delirantes calles.
Quisiera finalizar haciendo énfasis en la navegación propuesta en
el texto. Navegamos, pues, entre calles, las mismas que Humberto
Gianinni define como el lugar de comunicación con el prójimo por
excelencia, pero también espacio en el que nos internamos hacia
profundidades invisibles, al encuentro con el otro. La calle,
pues, como arteria que nos conducirá hacia esa otra noche sórdida y
secreta que acaso aún late ardientemente en el subterráneo corazón
de Santiago.
Muchas gracias.
Concepción, viernes 17 de noviembre de 2017.
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