Y
bien, todo parece indicar que vivimos en un país cuya memoria es
frágil y también algo errática. El tema se vuelve sensible en
estos días y probablemente en algunas horas más, cuando comience el
éxtasis diciochero, pasará a segundo o tercer plano. Pero quizás
retorne con fuerza al cabo de algún breve tiempo, pues la memoria
constituye siempre un territorio en disputa. Existen bandos que se
pelean la interpretación de un pasado que a la luz del presente a
veces parece concretarse horriblemente en la realidad. La historia
determina que como país continuemos, pues, siendo prisioneros de
nuestro pasado. ¿Algún ejemplo? Basta mirar nuestra Constitución.
Me
hace sentido una situación vivida hace algunos años. Siendo
estudiante de periodismo, una profesora de Marketing Político nos
dijo “Bueno, ahora que ya como mundo nos pusimos de acuerdo en el
modelo socioeconómico que queremos, la cosa es más fácil”. Vaya
tomadura de pelo, pensé. A costa intervencionismo, dictaduras y
muerte, nadie consigue ponerse de acuerdo con nadie. Desde la Casa
Blanca se nos impuso coercitivamente un determinado modelo. No
hubo elección alguna, y lo que hoy vivimos es más o menos una
consecuencia directa de nuestro insensato lema patrio: “por la
razón o la fuerza”. Eso pensaron los poderosos hace exactamente 45
años, y no seamos ingenuos, lo más probable es que siga figurando
en su manual de acción como una respuesta posible frente a alguna
contingencia desfavorable a sus intereses...
Tiendo
a pensar que escribir es un ejercicio libertario y de acción directa
en el campo de la memoria. Escribir es un acto político. Siempre lo
ha sido y muy posiblemente seguirá siéndolo durante un buen rato.
Por eso no concibo el arte separado de las condiciones sociales que
lo generan. “El arte por el arte” -vuelvo a decirlo- no es más
que una torpe y marchita quimera. Vivimos bajo un modelo
socioeconómico que fundamenta su existencia no solo en volvernos
unas criaturas consumistas y reproductoras; además, el
neoliberalismo necesita seducirnos con la idea de que obramos
bien. Es decir, nos controla culturalmente. Nos dice, por ejemplo,
que volver los ojos hacia el pasado es una pérdida de tiempo, algo
improductivo, aunque también peligroso, que es cosa de quedarse
pegado, de no poder avanzar (aunque nunca sepamos hacia adónde). La
memoria como discurso añejo, desposeído de toda utilidad y valor en
el presente. La memoria como obstáculo de la unidad y el
progreso del país y del mundo.
Escribir
es un ejercicio político, ya que nos permite reencontrarnos con lo
que un día fuimos en acciones, palabras y sueños. Gracias a la
escritura podemos rescatar del olvido a nuestros ancestros, a
nuestros muertos e incluso a nosotros mismos. Podemos reconstruir
pedacitos de historia que de no ser por esta labor se perdería para
siempre, y al mismo tiempo, conseguimos poner en conocimiento de
otras personas las luchas inconclusas, las tareas pendientes y ¡quién
sabe!, quizás hasta podamos despertar en lectores y lectoras alguna
curiosidad, algún interés o incluso hasta algún afán
transformador.
La
memoria debe ser un principio combativo, radicalmente opuesto a la
inactividad o a la inercia de los tiempos. El filósofo francés
Louis Lavelle sostenía que la memoria puede funcionar como un motor
en el presente, capaz de activar el rescate de aquello perdido. La
memoria es representación, y ésta es a su vez resurrección. De
allí a que pueda atestiguar que lo transcurrido no muera sino para
renacer. Incluso la experiencia de la tragedia en el pasado puede
poseer en el presente un carácter liberador, pues “el pesar es al
pasado lo que el deseo es al porvenir”, según señala Lavelle.
Así,
la memoria es la identidad de lo que somos, la fuente de nuestra
originalidad y secreto. Para nuestros ancestros, el tiempo poseía un
carácter circular y no lineal, lo que quiere decir que volvemos a
cruzar varias veces la misma senda y en esto radica la posibilidad de
cambiar. Lo mismo ocurre con los procesos sociales. Poco a poco, la
inercia y el miedo dan paso a la conciencia y a una todavía
incipiente aunque esperanzadora voluntad transformadora. Hacia allá
caminamos.
Concepción, martes 11 de septiembre de 2018.
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