"Puede ser, pero mira, pero mira, tú sabes que
no escribo para paladares finos. Prefiero hablar de aquello que de
tan común entre nosotros termina por hacerse invisible"
(Oscar Sanzana, Rituales)
Sin
embargo, ante este desesperado cotejo (constatación), es la fuerza
misma de la escritura de "La alta torre" la que viene en mi
auxilio, pues aunque sea a tientas, no puedo parar de caminar por los
pasajes y paisajes de esa ciudad situada al borde del abismo, llevado
por sus personajes que bajo esta misma condición, enfrentan sus
miedos y su decadencia como si nos mostraran el descenso a los
abismos que cotidianamente experimentamos.
Y
este golpe va desde el inicio: ¿quién no podría reconocer en la
debacle de Octavio Careaga, la ruina permanente que experimentamos en
función de la dictadura del éxito que el capitalismo contemporáneo
nos impone? ¿Quién no podría escuchar esa misma voz susurrante que
habla a los personajes, que delirante normaliza la violencia que
corroe los vestigios de humanidad, que desperdigados en nuestros
interiores y en el paisaje cotidiano, acontecen en su agonía en
medio de la normalización de la catástrofe y el horror del
presente?
Tal
como afirma Giorgio Agamben en "El sacramento del lenguaje",
en el lenguaje nos va la vida, en él se juega nuestra praxis vital,
el nexo ético y político de nuestras palabras con las cosas y las
acciones. Las respuestas, las probables respuestas a estas preguntas,
entonces, sólo pueden tomar forma en esa especie de ritual
"silencioso y solitario de nuestro lenguaje", ese foro
interno donde comparecemos ante nuestra propia conciencia y el
residuo de las demás; hoy, ante nuestra total fragmentación de la
existencia.
Las
voces concretas de Octavio, Lizardo, "la Hija del Sol" y la
de esa voz general que se transmuta siguiendo y precipitando sus
conciencias, me digo mientras recuerdo la lectura, parecen ser las
voces, la voz, de ese gran misterio que habla a través de nosotros;
ese misterio patético que no porta ningún ocultamiento, sino el
enceguecimiento de la potencia de una brutal verdad, aquella que le
arranca la inocencia a la "Hija del Sol" y que a través
del espejo feroz de nuestra cotidianidad, nos arranca todos los días
la condición y la posibilidad de ser seres auténticos.
La
aspiración de Octavio, metáfora de aquella aspiración que
muchos/as canonizan en ese culto de pasión triste con que rehúyen
su abismal precariedad, no es otra cosa que la encarnación de la ley
soberana, que encarna en la posesión de esa llave con que los padres
de la hija del sol, abrían las mazmorras más infernales, aquellas
sobre las cuales descansamos nuestros cuerpos, tejemos nuestros
amores y contemplamos nuestras posesiones; esas mazmorras que se
alojan en el subsuelo de todo chile; esa llave, la llave a los
infiernos de la represión, se escondía detrás de esa figura de
loza que, puesta arriba de un normal mueble de cocina de una normal
cocina cualquiera, representaba la abundancia, ese mantra colectivo
que coloniza nuestro lenguaje, aquel recordemos, en que se nos va la
vida.
En "La alta torre" persiste el intento de tejer un destino común de vidas atomizadas que comparten lo que aún les queda de común a los humanos: la ciudad y el tiempo, paradojalmente en tiempos en que todos intentan escapar de ella a través de cualquier medio, con recursos que permiten llevar su pesadumbre a paisajes de nuevas colonizaciones o a través de la tercermundista ilusión de la red. En sus páginas parece emanar la doble cara de jano que nos obra: inocencia y/ maldad, muerte y vida, horror y tregua, todo en medio de la habitual desesperación en que sobrevivimos.
En "La alta torre" persiste el intento de tejer un destino común de vidas atomizadas que comparten lo que aún les queda de común a los humanos: la ciudad y el tiempo, paradojalmente en tiempos en que todos intentan escapar de ella a través de cualquier medio, con recursos que permiten llevar su pesadumbre a paisajes de nuevas colonizaciones o a través de la tercermundista ilusión de la red. En sus páginas parece emanar la doble cara de jano que nos obra: inocencia y/ maldad, muerte y vida, horror y tregua, todo en medio de la habitual desesperación en que sobrevivimos.
Así,
con su exposición pareciera que Sanzana, en la senda de Benjamin,
intenta destruir el interior de todos nosotros, en tanto es allí
donde muy bien amueblado, medidamente decorado, se aloja el individuo
del sin sentido, de la convivencia hipócrita, de la ostentación sin
fin. A este cúmulo de miseria, parece contraponer el carácter
destructivo, aquello que Benjamin indicaba como lo que no se podía
tomar como personal, como aquello que le es propio en tanto que no le
pertenece.
Es
precisamente lo que no deviene en Lizardo, Liliana Caray, en Catalina
del Espino ni en Barbas, pues todos ellos forman el resto de un coro
estrepitoso, donde el canto del presente nos entrega sus tonos más
nefastos; ese eco de postverdad que acontece en nuestros suelos hace
casi cuarenta y cinco años, donde todo lo peor, con toda la
corpulencia de la impunidad, ha sucedido y nos sucede cada día en
nuestras desahuciadas vidas, en las cuales toda posibilidad de pasado
fue aniquilado y donde la inocencia fue convertida en el peor
verdugo; el testimonio de la muerte de Irene a manos de una "infancia
y juventud chivata", la misma de la cual podemos decir que hoy
normaliza la denuncia al flaite, al mapuche, al marica, a la puta, a
la "feminazi"; la misma a través de la cual acontece, de
diversas formas, la muerte de esa otra ciudad, la de abajo, la de la
Costanera, la del habitante, la misma que nos refleja, cual vitrina
luminosa, nuestra brutal falta de experiencia.
Bajo
estas luces, podemos reconocer (o apostar a reconocer) en la
escritura de Oscar Sanzana (y a esta altura en su obra) un
sistemático intento de des-asimilación social, moral y existencial
del sujeto neoliberal, suscitando una especie de programa literario
de la resistencia y transgresión, cargado de una políticidad que
socava la racionalidad oficial y agita el poder de la precariedad, la
soledad y el margen.
En
otras palabras, “La alta torre”, así como “Rituales” y la
suma de otros textos "Sanzanicos", operan un
"contra-programa" que articula una cartografía progresiva,
con sus avances, retrocesos y tenues victorias, de una práctica del
sujeto precario (más que marginal) que da cuenta de la
representación del agazapado imaginario colectivo del infierno
neoliberal chileno, tal y cual se encarna en las calles que adolecen
su actual presencia a orillas del Bío Bío, esa metáfora de
frontera usurpada.
"La alta torre", de esta forma, se inscribe en aquellas narraciones que -me atrevería señalar- constituyen la novela de ciudad, la cual como señalábamos de entrada, puede seguir distintos rumbos que se orientan hacia lo político, a las formas de las clases, a la constitución del sujeto, al devenir del sexo, el amor y la revolución posible. En sus líneas sin duda Sanzana los toca todos, pues en el sujeto del presente cuya emergencia atomizada, fragmentada, precaria y sobre todo feroz, ocurre a través de ese puñado de personajes que tejen el abismal sujeto contemporáneo que en nuestras tierras encarnan la tragedia de la desaparición (Irene, Señor Sonrisa) y naufragio, de clausura del futuro, tragedia que a pesar de todo contiene en su seno la esperanza, aunque sea una esperanza de pasión triste.
"La alta torre", de esta forma, se inscribe en aquellas narraciones que -me atrevería señalar- constituyen la novela de ciudad, la cual como señalábamos de entrada, puede seguir distintos rumbos que se orientan hacia lo político, a las formas de las clases, a la constitución del sujeto, al devenir del sexo, el amor y la revolución posible. En sus líneas sin duda Sanzana los toca todos, pues en el sujeto del presente cuya emergencia atomizada, fragmentada, precaria y sobre todo feroz, ocurre a través de ese puñado de personajes que tejen el abismal sujeto contemporáneo que en nuestras tierras encarnan la tragedia de la desaparición (Irene, Señor Sonrisa) y naufragio, de clausura del futuro, tragedia que a pesar de todo contiene en su seno la esperanza, aunque sea una esperanza de pasión triste.
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