Tal vez sería por la cantidad de vehículos
policiales con los que me crucé en el camino, pero me sentía nervioso. No era
la primera vez, y difícilmente sería la última, que robaba la bodega de una
multitienda. Pero está claro que a quienes iban dentro de los coches policiales
poco o nada les importó verme caminando entre las sombras a un costado de la
ruta cercana al Terminal de Buses, con las manos en los bolsillos y la cabeza
cubierta con el gorro de mi polerón. Aparentemente iban camino a algún lugar
mucho más importante.
Mierda, cómo me habría gustado fumar, pero el
tabaco lo había dejado hace años, y cualquier otra sustancia no me la permitía antes
del trabajo. No hacía frío, si bien reconozco que experimentaba una especie de
temblor que parecía provenir desde mi interior. Tenía un extraño presentimiento
esa noche. Como si algo muy superior en importancia a nuestra pega se estuviera
gestando en algún lugar. Tal vez fuera porque en las afueras de la ciudad se
experimentaba un inusual silencio, sin embargo, en cuanto la brisa se calmaba y
las ramas de los árboles dejaban de agitarse, comenzaban a escucharse sonidos
de sirenas y alguno que otro estampido proveniente desde el corazón mismo de la
urbe.
Ahí estaba yo, sentado con las manos en los
bolsillos contemplando el galpón cuando apareció el sujeto al que esperaba. Su
nombre era Hernán, aunque me quedó claro a los pocos minutos que tal
denominación correspondía tan solo a una de sus numerosas chapas.
-¡Vaya nochecita ésta la que elegimos para
hacer nuestras fechorías! –me gritó sin el más mínimo disimulo en cuanto me vio
agazapado bajo los árboles.
Miré
alrededor, y luego enfrenté su mirada con un aire de desaprobación. La
naturaleza de nuestra misión allí exigía la máxima cautela.
-No te preocupes, León (no sé qué chucha le dio
por decirme así), la yuta está demasiado ocupada en el centro. ¿Es que no sabes
lo que pasa? ¡Despertó Chile, el país entero se levantó contra este sistema de
mierda!
Debo confesar que me habían advertido de la
personalidad un tanto curiosa de mi compañero. De hecho, había llegado hasta él
por un dato que me pasaron unos viejos ladrones, curtidos en asaltos y robos en
bancos y grandes tiendas. Muchos años atrás, esos mismos viejos habían
participado en la resistencia armada contra la dictadura. Cierto, hasta cierto
punto yo era un novato, pero hasta el momento había tenido mejor suerte robando
que ejerciendo la carrera universitaria que estudié. En solo dos años me había
salvado robando, casi siempre en bodegas de grandes tiendas. Mi naturaleza
esencialmente pacífica me prevenía de exponerme a situaciones en las que me
viera obligado a enfrentarme a guardias desclasados o a la yuta misma.
-Así que te dicen el ingeniero, ¿eh? Bueno,
vamos a ver si hiciste bien la pega. Éste es el tipo de alarma que usan estos
giles, ¿la tienes?
-Sí, sí. No debería tener problema.
-Quiero hacerla y largarme de aquí lo antes
posibles. Nuestro pueblo está en la calle a esta hora, ése es nuestro lugar,
¿comprendes? Yo terminando aquí me voy al centro.
-¿Quieres hacer otros negocios en el centro?
-¡No!, yo con esto quedo parao un buen rato. Lo
que quiero es salir a la calle y darle cara a los pacos, ¡esto es una
revolución!
-Déjame desconectar estos dos cables y
estaríamos. Aparte voy a neutralizar las cámaras de…
-¡Sí, eso, hace cagar toda la weá no más!
-Dile al tipo del camión que ya llegó su
momento.
-Dicho y hecho.
Hernán entonces hizo una brevísima llamada y en
poco más de dos minutos teníamos un pequeño camión sin patente afuera del
galpón.
-Cuanta eficiencia, Hernán…
-Hernán, sí. Jamás he dejado de ser Hernán.
Hubo un tiempo en el que me decían de otras formas, ahora soy desde hace rato
Hernán. Me agrada.
Aunque suene disparatado, no necesitamos más de
5 minutos para meter en el camión buena parte de la mercadería más valiosa que
encontramos: televisores, equipos eléctricos, cocinas, algunos muebles de finas
terminaciones, dos o tres colchones... Eso sí, debimos tentar al conductor del
camión con una jugosa comisión para que nos echara una mano con nuestro botín. Mientras
cargábamos a toda prisa el camión, Hernán no dejaba de decirme lo excitado que
se sentía por lo que estaba sucediendo.
-Es de no creerlo, León, tantos años esperando
a que la gente despertara, y al final, cuando más dormido parecía todo el mundo,
de un momento para otro decidieron pararle los carros a estos sinvergüenzas que
nos gobiernan…
Yo asentía en silencio. Jamás me interesó demasiado la política. Con suerte tiré piedras a la policía alguna que otra vez mientras estudié, pero la política no era lo mío. Sin embargo, la emoción que transmitía Hernán hizo que me decidiera a darme una vuelta al centro después de terminar el trabajo.
Cuando vimos que la mercadería de más valor ya
se encontraba dentro del camión, decidimos dar por terminada la faena. Dentro
de una caja de madera encontramos varias botellas de vino caro, reserva de no
sé qué año; nos guardamos un par entre las ropas y nos fuimos de allí. El
sujeto del camión se llevó la mercadería y nosotros con Hernán nos devolvimos
caminando por entre los mismos árboles, luego por pasajes y lugares sombríos. Descorchamos
una botella y nos la fuimos pasando.
-Bueno, ahora a esperar que la otra gente
reparta la merca para recibir nuestra tajada.
-Así es, ¿vas al centro ahora?
-Por supuesto que voy al centro.
-¿Eres comunista, acaso?
-Nah, eso de encasillar a la gente que piensa
diciéndole de una forma u otra no es lo mío. Soy un weón que piensa, nada más.
Tras una larga caminata llegamos a la Rotonda
Bonilla, desde allí ya se percibía un aire enrarecido, un rumor que fue
creciendo a medida que bajamos por la Avenida Los Carrera hacia el centro.
Oíamos explosiones, gritos, disparos. Gustosamente me habría largado a mi casa,
de no ser por la insistencia de Hernán de ver lo que estaba pasando. Entonces,
tras andar unas cuadras, aparecieron los primeros resplandores. Había algunos
edificios en llamas. Un helicóptero de la policía sobrevolaba la ciudad
iluminando el área céntrica con un foco muy potente. Sin embargo, miles de
personas repletaban la calle, era la protesta más masiva que había visto. Desde
la Rotonda de la Avenida Paicaví con Los Carrera era posible apreciar, para un
lado y otro, al menos una decena de barricadas. Muy a lo lejos, algunos
blindados de la policía que poco o nada podían hacer frente a tanta gente
arrojándoles lo que tuvieran a mano.
Nos acercamos a una fogata. Hernán me miró
fijamente y me dijo:
-Formo parte de una generación cuyo proyecto
político se perdió, perdió el norte, mucho se vendieron, otros se fueron
derrotados a sus casas. Yo nunca me he sentido derrotado, sabes, creo que
siempre supe que no caería en cana o me moriría sin antes vivir una noche como
ésta. No sabes lo feliz que me siento. Ha sido un día largo, chico, pero
maravilloso.
Contemplando el resplandor de las llamas sobre
su rostro, rodeado por cientos y cientos de personas allí, en medio de la
calle, comprendí por un segundo el éxtasis de Hernán.
-Maravilloso, maravilloso…
Volvió a
decirlo con la vista fija en un grupo de jóvenes capuchas que sacaban paneles
de una serviteca en construcción para alimentar una barricada.
-Maravilloso.
Y entonces decidí echarles una mano.
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