Desde aquí es posible observar de
forma inmejorable el ritmo de la ciudad. En mi humilde opinión, creo que
después de todo, le debemos un extraño agradecimiento a nuestras autoridades
por su descuido. Me explico. Posiblemente, si esta pasarela no hubiese tenido
otra utilidad que la libre circulación de personas y mercancías, habría perdido
todo su actual valor estético, y lo gratificante que suele ser sentarse a mirar
la ciudad desde algún punto, desde alguna “azotea”. Tenemos la urgencia de
observarnos como seres humanos; analizar cada uno de nuestros movimientos,
rutinas y comportamiento en la calle y tal vez en la intimidad de nuestros
hogares. Me refiero a que cualquier persona en su sano juicio se
cuestionaría nuestro quehacer como civilización si se sentara algunos minutos
en esta pasarela, al lado de una pareja de pololos del Liceo Andalién, ubicado
a un par de cuadras, o acompañado de algún vendedor de la locomoción colectiva
que se toma un descanso.
Pensada en un comienzo para unir
ambas manzanas del conjunto de bloques residenciales de la Remodelación
Paicaví, la pasarela comenzó a construirse paralelamente a los edificios, en
1965, sin que se terminase la obra. Este proyecto de urbanización corrió por
cuenta de la entonces Corporación de la Vivienda, CORVI, y al margen de la
pasarela en desuso, la Remodelación Paicaví es hasta hoy considerada uno de los
mejores ejemplos de remodelación urbana1.
El eterno vaivén
De día, el ir y venir, siempre
urgente, de vehículos que circulan por la Avenida Paicaví. Los usuarios del
transporte público amontonándose en los paraderos a primera hora de la mañana,
y a partir de las seis de la tarde. El paso estridente de los coches de
emergencia para uno y otro lado de la ciudad, concitando la curiosidad de los
vecinos, que se asoman desde las ventanas de sus departamentos.
Desde la vieja pasarela, es
posible observar el interminable vaivén de la Rotonda que une las avenidas
Paicaví y Los Carrera. Me gustaría indicar que este espacio en su conjunto se
resignifica en cada jornada de movilización estudiantil, ya que constituye el
punto donde convergen las marchas que vienen desde Concepción (UdeC), Talcahuano
(Universidad Católica y Federico Santa María) y Collao (Universidad del Bío
Bío), además de los secundarios que se reúnen en la Plaza Condell. En dichas
oportunidades, el tránsito vehicular se suspende, y los lienzos, los puños en
alto, las consignas y el carnaval furioso se apropian del espacio. La calle se reviste de colores, y de miles de
seres humanos que detienen el tránsito, que paralizan la ciudad, en abierto desprecio
de las instituciones y su orden. Y no es poca la gente que desde sus balcones y
ventanas les expresa su apoyo, consciente de que el malestar y las ganas de
cambiar esta sociedad es transversal.
La otra noche
De noche, al mirar hacia el
centro, los semáforos, los avisos publicitarios luminosos en las azoteas de los
edificios, sumados a los neones de locales nocturnos, parecieran ejercer una
extraña fascinación sobre el observador. Aventurarse hacia esos confines supone
una invitación a experimentar una nocturnidad bohemia, cuyo último reducto
visible desde este punto lo constituye la Plaza Perú. No es difícil toparse con
grupos de jóvenes que deambulan, incluso a altas horas de la madrugada, en
errático y alegre peregrinaje. Por el contrario, volver la vista hacia la calle
Bulnes, supone el encuentro con una perspectiva que agranda la ciudad, que la
extiende por la Avenida Paicaví hacia los límites de otras territorialidades: el
Concepción antiguo, la Laguna Tres Pascualas, el Barrio Norte, la Autopista que
une a Concepción con el puerto de Talcahuano, etc. Aquella es, por cierto, la
perspectiva de otra noche.
“Los que creen ver fantasmas son
los que no quieren ver la noche”, dice el filósofo Maurice Blanchot. Desde la
pasarela abandonada, hablando con toda honestidad, es fácil confundirse. Altas
horas. El movimiento de vehículos ha cesado. Transcurren largos minutos entre
el paso de algún coche y otro. La Avenida Paicaví parece, en este tramo,
fantasmagóricamente vacía. Por cierto, otra es la realidad, ya descrita,
desde la Avenida Los Carrera hacia la Plaza Perú. Esta última avenida pareciera
marcar un límite, una suerte de pasaje,
de transición hacia otros mundos, hacia otras noches. Quien pasa por aquí a
esas horas accede a una nocturnidad que no nace por la simple oposición al día.
Se transita por esta otra noche como
quien anda entre sueños, a la espera de alguna revelación onírica. La bruma que
habitualmente se levanta desde la Laguna Tres Pascualas, pareciera proveer al
caminante nocturno de un escenario favorable para tales revelaciones…, o para
facilitar su extravío. El peligro potencial que se aloja en la ejecución de
esta ritualidad, desde luego, corresponde a una parte esencial de la
experiencia estética de la noche de Concepción, con sus trágicas desapariciones
como mejor ejemplo. Pero me inclino a pensar que todo caminante-observador bien
sabe a lo que va en búsqueda. Dejaré hasta aquí esta descripción, por supuesto,
demasiado básica y aventurada, de esta perspectiva nocturna de la Avenida
Paicaví.
¡Las ruinas nos
pertenecen!
Como parte habitual de una ciudad
que debe lidiar con terremotos y maremotos, tanto las ruinas como los sitios
baldíos, forman parte del paisaje urbano. Allí donde un grupo de antiguos
residentes de la Remodelación Paicaví han visto con malos ojos a esta estructura,
otros grupos han sabido sacarle provecho y, en cierta medida, se han apropiado de este espacio, expresando en
él su propia subjetividad. Me refiero a los graffiteros, los skaters, los
parkours, o incluso los grupos de estudiantes, secundarios y universitarios,
que utilizan la pasarela para compartir con sus pares. Por supuesto, existen
individuos que utilizan este lugar como baño o basurero público. Sin embargo,
constituyen excepciones. La mayoría usa la pasarela como un afuera dentro de la propia ciudad. Un
extraño palco donde todos nos transformamos en testigos de lo que somos.
Es justamente la presencia numerosa
de estos y otros grupos de habitantes, vecinas y vecinos, la que permite recuperar estos
espacios para beneficio de sus propios habitantes. No solo tenemos derecho a
soñar una ciudad diferente, sino además el deber de transformar creativamente
esta urbe con cada una de nuestras acciones, sobre la base de nuestras propias
experiencias y sueños colectivos.
1 Fuentes, Pablo y Pérez,
Leonel. 2012. “Formación del Concepción metropolitano a través de los grandes
conjuntos residenciales. Aportaciones del urbanismo moderno”. Concepción:
Revista Atenea, 505, 33-78.
(Columna aparecida en el Periódico Resumen de Concepción, edición de mayo de 2014)
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