Sin estructura. Como detenerse un
instante a contemplar un paisaje que no acaba de gustarte, pero que al menos
luce bastante mejor que todo lo que dejaste atrás. Es difícil jugar a prenderle
fuego a la mente y después pretender no enredarse con las cenizas. Así las cosas, lo mejor
quizás sea buscar un lugar limpio y no demasiado sobrio donde despojarse para siempre
de la mirada desesperada, que por tanto tiempo de más habitó tus ojos.
Andar por la vida sin estructura no
implica suspender la crítica siempre necesaria, sino más bien sacrificar algo
de preocupaciones para intentar hallar de nuevo el compás. Alguna vez leí que
todas las personas tenemos nuestro propio ritmo, frecuencia o vibración (usa el
término que más te acomode). Cuando nos sentimos libres y felices, la vida
pareciera querer susurrarnos al oído cosas absolutamente imprescindibles
para nuestro crecimiento personal. Nos volvemos creativos en las dimensiones
que lo deseemos. Haz el ejercicio,
obsérvate, analízate. Somos felices y creativos cuando experimentamos la
belleza de sentirnos liberados de estructuras, como respirando los humos sabrosos
de un adorable caos…
Como una pluma que cae sin la menor
preocupación desde el alto cielo. Mirarse a uno mismo y que la imagen se
desvanezca como en un sueño acogedor. Sí, andar sin estructura podría llevarnos
a no aceptar la realidad sino en su lado más irreal. En esto no hay acertijo, sino
únicamente intuición. Pues bien, sin estructura buscamos refugio para esa pluma,
contemplamos su caída, caemos con
ella, caemos en ella.
Preparando la cabecita para cosas
realmente necesarias. Alimentarla, nutrirla; asumirse animal medianamente
civilizado, ser humano en vías de desarrollo, y comportarse como tal. Ya no voy
en busca de fórmulas mágicas, sino de amaneceres. Y que el único costo de
semejante operación sea despojarse de la arrogancia y la preocupación estéril.
“Puedo vernos a todos algún día, bailando
en una calle antes vacía”, me murmuró un vagabundo que sonreía afuera del Malpaso. Elegí creerle y llegué a desear
que aquel baile colectivo tuviera lugar pronto. Danzar con los sentidos
escamoteados, y que cada movimiento sea descubrimiento, aprendizaje, revelación.
Incluso, experimenté ganas de rayar un muro con el anuncio de aquel cristo mal
agestado. Pero alguien se me había anticipado con otro importante anuncio en la Rotonda
Paicaví:
“Amanece en tu mirada”
Estructuras se caen a pedazos, como las
instituciones que siempre han regido nuestras vidas como ciudadanos. Y hay quienes se
desesperan, pues no conciben otra cosa que repetir rituales anticuados y
roñosos. ¡Cómo cuesta pensar por uno mismo, cómo nos asusta! Pero bueno, poco a
poco se acaba el miedo, se toma conciencia y se actúa. El espectro del poder
seguirá ahí, claro, pero es nuestra pega dar el salto y enfrentarlo.
No va quedando estructura posible a la cual
aferrarse: ni política, ni espiritual, ni de ningún tipo. Únicamente nos queda
un camino que se abre ante nuestros ojos y que debemos trazar con nuestros
pasos, así como los residuos de un temor que nos impedía iniciar su recorrido.
Llega el momento de avanzar dejándose fluir, de ser uno con el viento, con el
mundo; agente de cambio que festeja en el fondo de lo que queda de su alma que
después de tanta noche, al fin ha amanecido en su mirada.