De que había una puerta falsa en la picá de
calle Galvarino con Heras, la había. Puedo afirmarlo pues vi escaparse por allí
un par de veces a su dueño, que en los años duros fue perseguido por la
policía. Lo más curioso es que años después un viejo que perteneció a la CNI comenzó a frecuentar el
bar. Al parecer, se había criado en ese barrio, y después de deambular por todo
Chile llevando los mil y un horrores, regresó a su lugar de infancia. Algunos
abuelos que se sentaban a fumar en la Plaza
Condell le hacían el quite cuando lo veían pasar.
El caso fue que esa puerta falsa también la
usó un día la hija del viejo CNI. Para desgracia de su padre, la mozuela le
salió punketa, y fue a parar una lluviosa noche al antro que frecuentaba su
progenitor. Para serle honesto, venía raja de curá, y aparte, me atrevería a
decir que despechada, porque se mandó los dos primeros pencazos como si fuera
agua.
Era harto buenamoza la caura, para qué vamos
a andar con cuentos, pero estaba más chiflada que el mismo diablo. No sé de
dónde habrá sacado la plata, pero nos invitó a todos una ronda, a cada sorbo se
quitó algo de ropa y el último brindis fue por la soledad. No se equivocó, si
allá dentro no somos más que un montón de viejos culiados que nos juntamos a
hacer convivir nuestros fantasmas. El caso fue que el viejo CNI venía en
camino, y le puedo asegurar que ninguno de nosotros había tomado tanto como esa
noche, porque ella era como un ángel allí en medio, y necesitábamos
estimularnos para saber que seguíamos vivos y no era na’ un sueño.
Borrachos como estábamos, la ayudamos a salir
por la puerta falsa. Incluso le devolvimos algún dinero para que comprara pan y
té. Ella se despidió de un beso en la mejilla uno por uno. Cuando llegó su
padre, claro, nos hicimos
los huevones diciendo
que el Viejo Charly
estaba de cumpleaños, para justificar nuestras inconfesables sonrisas.
(Fábula del buen bandido, 2013)
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