domingo, 28 de febrero de 2016

PAYASOS BORRACHOS




Pude entender entonces el terror que algunos experimentan para con los payasos. Y estos, para colmo, estaban borrachos, borrachísimos. El maquillaje corrido solo los hacía lucir más grotescos. El primero fingió frente a mí cierta alegría, pero no encontré nada en aquella sonrisa de infierno que se asemejara a la bondad. El segundo, se hizo de mi billetera con desdén, mientras silbaba un tango de Gardel, revólver en mano. Decepcionado, la arrojó algunos metros más allá al no encontrar en ella nada de provecho. Yo desperté al día siguiente, deshecho, un poco más pobre que antes y con un nuevo trauma campeando en mi conciencia.

(Experimento fallido, 2015)

martes, 23 de febrero de 2016

LA FUGA


     Fue justo después de que acordaran fugarse de esa fiesta. A pocas cuadras, una habitación algo miserable aunque acogedora los esperaba. Cruzaron el Barrio Brasil haciendo todo lo posible para camuflarse, intentando ser dos sombras más bajo los árboles. Al llegar, fueron recibidos por un concierto de gemidos, sonido de catres y alguno que otro alarido. Pero cuando al fin sus cuerpos se encontraron, el mundo pareció detenerse para ellos, por mucho que el sol insistiera en parecer indiferente y prosiguiera su camino habitual aquella ardiente madrugada de enero.
 (Inédito


domingo, 21 de febrero de 2016

LENTA AVANZA LA NOCHE EN MEDIO DEL ÉTER





La última vez que me sentí feliz

No di ningún crédito a mi soledad

pero me sorprendió con una bolsa plástica:

                                     -Noventa y cinco octanos-

Me dormí sobre una vieja pasarela en desuso

De la Remo Paicaví

Y me soñé pájaro,

 volando libremente en dirección al sol;

Ojalá toda la gente que me desprecia,

Pudiera sentir por una vez lo mismo que yo

                        Sobre mi dichosa nube de bencina

Entonces entendería que todo el misterio

 que se esconde dentro de esta bolsa mágica

Es algo muy parecido a lo que dice adorar

 en sus domingos de misa;



Me pierdo en su silencio

Me mato un poco más en cada viaje, lo sé,

Pero despierto dentro de otro mundo

                        Donde no existe este frío de mierda

Ni la escarcha que me congela hasta los huesos

Donde no existen perseguidores ni sentencias

Donde reventarse gloriosamente

                                                  es mejor perspectiva

 que una larga agonía, sinfonía de mis noches;



En fin,

 desde ahora seré invisible hasta las ocho y media

 cuando un funcionario de Aseo y Ornato

                                                                 Llame a los pacos

 y deba salir a salvarme por ahí.

Y quién sabe si, entre volá y volá,

 la muerte no consiga arrastrarme

Hacia su sueño diurno

                                                            Y continúe mi vuelo

 para siempre junto a las gaviotas.



jueves, 18 de febrero de 2016

CONTEMPLACIÓN DE LOS CIELOS



    Debe ser uno de los ejercicios espirituales más básicos e importantes. No hay sensación de paz interior que se iguale a mirar por horas las manchas en el techo de la propia habitación. Que se trate de manchas de humedad, grietas, nudos en la madera o descomposición natural de la pintura, poco importa, a decir verdad. Lo que se obtiene es algo así como la constatación de un vacío conmovedor, pero también de una dulce quietud.
    Casi siempre se llega a esta situación de manera accidental. Generalmente a partir de un terrible aburrimiento: esperando una llamada –que digámoslo, casi nunca llega-, debatiéndose entre seguir tendido en la cama o levantarse a comer algo, o simplemente capeando el paso del tiempo una tarde de domingo o del día que sea.  


    Una vez viví en un departamento cuyas paredes y cielos rasos eran verdaderos mosaicos de distintas expresiones artísticas fortuitas –así las consideraré-, de frescos y grabados que incluían paisajes, representaciones de hechos históricos y especialmente, retratos. Una verdadera Capilla Sixtina decorada a base de hongos y humedad. Recuerdo la tarde en la que descubrimos que en la pared del pasillo había aparecido lo que parecía ser el rostro de un Cristo. La combinación de colores concebida por la humedad sobre el gastado papel mural estaba especialmente bien trabajada. Arte natural. El problema fue que a medida que avanzaba el invierno la imagen se distorsionó al punto de derivar en un rostro con rasgos demoníacos. Ninguno de nuestros esfuerzos por mantener al Cristo dio resultado, y llegó la noche en que uno de los residentes del departamento gritó de horror, asegurando luego que el rostro le había cerrado un ojo. Aquel sujeto no volvió a dormir en paz hasta que limpiamos la pared.
Pero retomemos el tema del ejercicio. Pasarse horas mirando el cielo de la habitación puede dar lugar a importantes revelaciones. A veces se llega a tal grado de contemplación que la realidad parece detenerse y que todo cuanto imaginamos que tiene lugar allá arriba es lo verdadero, lo real, y que nuestro día a día es, en cambio, una completa farsa. Cuando eso ocurre nos familiarizamos con hallarle nuevos sentidos a lo que vivimos y experimentamos. Y claro, eso no está nada mal. 

    El problema es que muchas veces quienes ponemos en práctica eso de mirar prolongadamente y sin el más mínimo apuro los cielos de nuestros hogares, somos tachados de ociosos y, peor aún, se nos acusa de vagancia. No hay tal cosa, desde luego. Tan solo el deseo de encontrar nuevos mundos y fascinarnos con su contemplación. O al menos eso pienso yo…

    Si nunca lo has intentado –cosa que me resultaría muy difícil de creer-, puedes hacerlo esta noche con la luz encendida, o por la mañana con luz natural. Solo asegúrate de escoger un cielo que tenga alguna textura interesante y, demás está decirlo, si quieres proporcionarle una ayudita extra a tu mente, es algo plenamente recomendable. Si lo deseas, puedes compartir acá lo que viste o alguna conclusión a la que hayas llegado, por espantosa que sea. Yo podría apuntarme con unas cuantas, pero para no aburrirles, prefiero dar por cerrada esta entrada invitándoles a llevar a cabo este ejercicio, y deseándoles un buen día.



lunes, 15 de febrero de 2016

ABULIA




Nadie supo si se trataba de algún desengaño amoroso de última hora, de algún problema laboral o de una repentina enfermedad. No se quiso levantar para asistir a la ceremonia donde se le premiaría por su increíble desempeño profesional. Curiosamente, durante la tarde se casaría con el amor de su vida. Tampoco se dignó a llegar al altar. Desde luego, no atendió teléfonos, no respondió correos, no abrió la puerta. Solo por un vecino intruso nos enteramos de un pequeño pasaje de su vida de aquel día. Cerca del mediodía, se levantó perezosamente de la cama para ir al baño. Pasados unos veinte minutos salió del baño y se acostó nuevamente, como si nada más importara en el mundo que volver a conciliar el sueño. 

(Inédito, 2014)