Pude entender entonces el terror que
algunos experimentan para con los payasos. Y estos, para colmo, estaban
borrachos, borrachísimos. El maquillaje corrido solo los hacía lucir más
grotescos. El primero fingió frente a mí cierta alegría, pero no encontré nada
en aquella sonrisa de infierno que se asemejara a la bondad. El segundo, se hizo
de mi billetera con desdén, mientras silbaba un tango de Gardel, revólver en
mano. Decepcionado, la arrojó algunos metros más allá al no encontrar en ella nada
de provecho. Yo desperté al día siguiente, deshecho, un poco más pobre que
antes y con un nuevo trauma campeando en mi conciencia.
(Experimento fallido, 2015)