A ver si tú adivinas dónde estuve todo
ese rato. Puedo decir que desplacé entre trampas y raras latitudes que la bruma
volvía aún más extrañas. Me dejé caer desde la cornisa de un alto edificio,
siendo rescatado por un ejército de aves nocturnas que acudió a mi llamado.
Jugué a establecer una relación entre las desapariciones y los bancos de niebla
con los que cada mañana la ciudad suprime ciertos territorios a los ojos de sus
habitantes. Me alcanzó una lluvia de la que no me pude defender. Me empapó
hasta los huesos con sus gotas de angustia, y debo reconocer con cierta
amargura que nunca había sentido tanta sed como cuando esa lluvia me mojaba,
inmisericorde. En fin, terminé en el río y por poco siendo parte de su cauce,
de no ser porque un sendero de tierra apareció frente a mí, devolviéndome
salvadoramente a mi orilla.
(Experimento fallido, 2015)
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