Nunca supe realmente lo que
estaba sucediendo. Siempre he sido medio volado yo. No tuve idea de porqué
todos corrían en la misma dirección. Todos para arriba del Cerro Centinela. “Se
viene el mar”, me gritó una señora de edad que arrancaba en puros calcetines.
Sinceramente, no imaginé que un remezoncito pudiera provocar semejante
alboroto. Nos movimos harto, está bien, pero ¿acaso no nos pasamos la vida
moviéndonos, sacudiéndonos de un lado a otro, sin tener muy claro hacia dónde
saltaremos la siguiente vez que la propia vida nos mande a la cresta? Entonces,
¿para qué correr tanto? Yo seguí mi camino, quería tomarme una última pituca
antes de dormirme e iba a tomármela como fuera. Nada me detendría. No hice caso
de los gritos de la demás gente, y a poco de andar una bruma media rara no
dejaba ver mucho al mirar hacia la Avenida Blanco Encalada. Nada que hacerle.
Seguí bajando y me llamó la
atención que los contenedores estuvieran tan lejos de la playa. Maldije al
desubicado que se le ocurrió estacionar su barco en el servicentro. Pero lo
peor, lo realmente penoso de la situación, fue constatar que a Don Gilberto se
le quedó abierta la llave del lavamanos, y de paso, se le rebasó el wáter. Su
cantina había inundado toda la cuadra, y por lo que vi, me hice la idea de que
el agua se había llevado hasta el pipeño. Me dio una pena tal, que no pude
contener las lágrimas. De un segundo a otro me volvieron los temblores, y de
pronto, como que se me movió el piso de nuevo y me caí de rodillas. Se me vino
a la mente la visión de todo ese vino corriendo por la calle –figúrese que a
esas alturas hasta olía a pescado el vinacho-, y me dio como un arrebato de
pena que no pude contener. Arrodillado como estaba me puse a llorar a gritos,
desconsolado a más no poder.
No sé cuánto rato habré estado
llorando, pero fue ahí donde me encontraron esos periodistas con sus cámaras.
Para colmo yo me había sonado los mocos con un estropajo inmundo que encontré,
y ellos insistieron en fotografiarme así de cagado, y con esa cuestión en la
mano. A los días vine a saber que había aparecido en la portada de todos los
diarios con una bandera toda cochina, y que mi foto había dado la vuelta al
mundo. Yo, para serle franco, sigo sin entender muy bien lo que pasó. Lo único
que tuve claro entonces es que los supermercados justo empezaron a regalar
mercadería, y yo me aseguré con cuatro cajas de dos litros de tinto. Me encerré
en la casa y cuando salí Don Gilberto ya había secado la cagadita que dejó con
su wáter.
(Revista Azoteas, 2013)
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