A Doña Irene le
gustaba dar un paseo por la playa antes de abrir su pequeña cocinería, ubicada
en el Barrio Chino de Lirquén. Algo contribuía el propio mar para menguar el
dolor de haberle arrebatado un hijo algunos años atrás. Esa mañana, por primera
vez reparó en una pequeña y destartalada animita instalada a pocos metros de la
línea férrea. Tras comprobar que se trataba de una joven fallecida hacía poco
más de veinte años, le llamó la atención el lamentable estado de la animita, a
todas luces olvidada por sus parientes.
Decidió abrir su
local un par de horas más tarde de lo habitual. Empleó ese tiempo en limpiar y
reparar la animita, a la que incluso dio otra capa de pintura y llenó de flores
frescas. El recuerdo de su hijo devorado por el mar seguramente debió motivarla
a entregarse con esmerada paciencia en aquella labor. Como siempre, ese día
recibió con una sonrisa a sus habituales clientes. Por la noche, mientras
cerraba su local, se le apareció por primera vez ella, la chica de la animita:
—No se asuste. He
venido a agradecerle. No lo hice mientras dormía, ya que no quiero que esto le
parezca un simple sueño.
—No sé qué decirle,
yo no creo en estas cosas…
—Escuche, necesito
pedirle un favor. Mire, se trata de un cliente suyo, llamado Anastasio. El muy
hijo de puta fue el responsable de mi desgracia. No entraré en detalles, sólo
le diré que podría hacerme usted un gran favor si lo envenena un día de estos.
—No puedo hacerlo.
Además, nadie me asegura que los fantasmas digan la verdad…
La chica, tras
pensarlo un instante, estalló en llanto. Doña Irene fue detrás de la barra y
sirvió una copita de pisco. Tras un par de sorbos que fueron a parar directamente al piso, el fantasma se sintió mejor:
—Tiene razón, ¡soy
estúpida y malvada! Sólo que lo extraño tanto que inventé esa mentira, a ver si
se acriminaba…, ya ve cómo sufrimos de igual forma vivos y muertos.
— ¿Y por qué no se
le aparece a él? Se ve que sufre harto el caballero, aquí viene a puro tomar no
más…, si incluso unos evangélicos que trataron de convertirlo terminaron
cayéndose al litro junto a él… ¡anímese y vaya a penarlo!
Tras una rápida
despedida, la muchacha pareció sonreír por primera vez desde hacía mucho, y le
pidió a Doña Irene que se volteara para no cometer la rotería de desaparecer
frente a sus ojos. No volvió a verla después de aquello. Tampoco Anastasio
volvió a aparecerse por su cocinería, acaso tras haber encontrado alguna
compañía en su espectral novia.
(Fábula del buen bandido, 2013)
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