Se arrastró por el callejón buscando el
último residuo de su caja de vino fatalmente extraviada. Volvió a pensar en una
mujer. Luego no pensó más. Decidió que ésta sería su última noche, acabaría con
su vida. ¡Había que tener agallas! Pero los minutos pasaron, y de su caja de
vino ni rastro. Se despojó de su gargantilla e invocó al Mesías. Estuvo
dispuesto a irse a las manos con el primero que se le cruzara. Sin embargo, lo
único que se le atravesó fue un gato mitad negro mitad blanco, que procedió a
lengüetear lo poco y nada que quedaba de su vino, algunos metros más allá.
Sintió deseos de disputarle el material con su propia lengua, pero al verse sin
fuerzas, lo desechó. El suicidio, por cierto, también quedó pospuesto.
(Manual de emprendimiento para suicidas, 2014)
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