Por
supuesto, se trata de un tema incómodo. No existe persona en el mundo que no
luche por hacer creer a los demás que es algo más que un simple ser de carne y
hueso. De hecho, lo somos todos.
Están
los que van por la calle fingiendo ser lo que no son. A la mayoría de ellos parece
irles demasiado bien en la vida, ya que el mundo actual está esencialmente
pensado para “simular ser” y no para “ser”. No los voy a aburrir con los
clásicos cuestionamientos morales que todo esto conlleva, pero tampoco pecaré
de envidia por llevar la vida de un ser desprovisto de sí mismo.
En
general, y por horrible que suene, procuro mantenerme en la etapa de no desear,
aun sabiendo que, salvo que seas un jodido buda, jamás lo conseguirás del todo.
Tarde o temprano, el mundo posará sus manos en tu garganta y comenzará a
apretar. Y bien, es difícil salir airoso del paseo, sin ninguna salpicadura de
mierda. El juego consiste en intentarlo.
De
lo que se trata es simplemente ser auténtico. Allí donde todo el mundo reniega
de las religiones, yo creo haber hallado la mía: la autenticidad.
El
asunto no pasa únicamente por ser espontáneo ni menos todavía ingenioso. En
muchas ocasiones, aquello no pasa de ser otra careta. Delicada, refinada,
sofisticada…, pero careta. Hablo de vivir la vida comandado por el espíritu,
por la pasión, en fin, por la vida, y deslizarse por la realidad asumiendo el
compromiso con ella, por supuesto, como una forma de transformarla.
No
me interesa adoctrinar a nadie, carajo, suficiente tengo con mis propios
demonios. Sin embargo, puede que la autenticidad sea la herramienta más eficaz
para diferenciar el trigo de la paja; para saber quién es quién en este extraño
baile de máscaras que habitamos a diario.
Autenticidad.
No basta con lucir como, hablar como, parecer como. Hay que parecer menos y SER
más. Ésa es una actitud verdaderamente revolucionaria, si quieres entenderlo
así, y la única que a la larga garantizará que seamos parte de la cura y no de
la enfermedad. Ser alguien implica,
pues, actitud y compromiso, arrojo y entrega; implica la fuerza necesaria para
iluminarnos y sentir que ardemos por dentro. Puede que tenga un problema, pero
no concibo la existencia de otra forma que no sea experimentando las emociones
y no solo representándolas.
Creo
en la vida, en la victoria de lo original y verdadero –sea lo que sea-, sobre
la mediocridad que nos rodea. El resto, las caretas, los simulacros, la imagen
perfecta de una teta de plástico, del cocainómano posero, se parece demasiado a
un rictus, como la falsa sonrisa de los muertos esperando ser arrojados a la
fosa.
Vivir
es algo más que una consigna, es cierto, y solo parece haber una sola forma de
hacerlo: siéndole fiel a la persona que cada mañana, aunque estés muy cagado,
te guiña el ojo desde el otro lado del espejo, como recordándote que siempre
serás la esperanza de ti mismo.