A Felipe
Era cierto.
Había una sutil diferencia entre vivir omitiendo la mañana y esperar algo del
mañana. Aquel sujeto lo comprendió mientras combatía su resaca devorando una
grasienta hamburguesa Vampiro en un servicentro de Avenida Paicaví. Como de
costumbre, se arrojó un puñado de chocolates a los bolsillos, a instancias del
guardia, que guardó silencio, acaso intimidado por su aspecto. Salió del lugar
con alguna que otra arcada dándole problemas, meditando acerca del sentido de
la vida. Cuando el impertinente sol le abofeteó, decidió aplicar la antigua y
olvidada moraleja de poner la otra mejilla, y sonrió a la primera chica que se
cruzó en su camino.
(Inédito)
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