Yo le juro doctor, que a la Johanna la quise
de jovencito. Después del colegio me fui a trabajar y ella entró a estudiar.
Ahí le perdí el rastro hasta que varios años después me la pillé en el Don Jorge, trabajando de mesera. Había
quedado embarazada, dejado los estudios, y al poco tiempo se casó. Pero su
esposo un día llegó medio borracho y la golpeó. Entonces se fue a la casa de
sus padres con el crío.
Le prometo que fueron varias copas de cerveza
glacial en ese bar antes de que me decidiera a declararle mi amor. Me convencí
a la Johanna
para que entráramos a la mala al Colegio Brasil, donde ambos estudiamos varios
años hace ya. Allí sería nuestro reencuentro. Y justo, ya ve usted lo que pasó
esa noche de viernes..., justo la mala pata de esos temblores, el terremoto que
dicen. Casi se nos caen encima las paredes y los vidrios. Eso sí, alcanzamos a
vaciarnos media botella de fuerte antes de salir arrancando en pelota.
Ahí fue cuando me dio por visitar la iglesia
del Hermano Domínguez. Un tipo choro, ah. No vaya a creer usted que es un
charlatán. A la Johanna
después de esa noche no la vi más en el Don
Jorge. Yo la dejé en uno de los pocos taxis que andaban por ahí, y me fui a
mi pensión. Pero doctor, yo le aseguro que no nos equivocamos con el acabo de
mundo del martes pasado. No me mire con esa cara, que sé muy bien que si usted
aprieta ese botón amarillo, entran los enfermeros con sus inyecciones. Créame, le digo que el próximo
remezón viene fijo este viernes. El hermano Domínguez ya habló con el ángel
ese.
Entre nos, doctor, ya sé que esta
conversación no va a ningún lado. Usted quiere encerrarme por loco y por eso
acaba de apretar el botón amarillo. Al menos junte harta agua y téngame
presente cuando venga el temblor. No olvide que esta es una historia de amor y
fe. Yo no soy parte de ninguna secta, ¡le aseguro que yo no incité a nadie al
suicidio, si ése fue el tonto del arcángel Miguel! Yo a la Johanna la quería,
sí, ¡yo la quería!
(Cómo matar a tu jefe, 2013)
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