Era cierto.
Cepillarse los dientes parecía un acto seguro, acaso el más seguro de todos; y
el baño, un refugio en el que ningún perseguidor podría alcanzarle. De allí la
extrañeza que se apoderara de su rostro cuando media docena de agentes
irrumpieron en aquel cuartucho. Fue esposado justo antes de enjuagarse, por
mucho que implorara en que le permitieran terminar aquel sencillo
procedimiento.
(Inédito)
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