— No tienes salida, muchacho…
Se lo dijo justo antes de ahogarlo con su
almohada. La traición se consumó en el Hospital Higueras, mientras media docena
de abuelos esperaban su turno para entrar a pabellón.
Don Matías conocía a Don Enrique desde hacía
73 años. Don Enrique no se conformó con quitarle un par de novias de liceo. Lo
mismo hizo con su mujer, a la que convenció de abandonarle junto a sus hijos,
tras dos décadas de dulce matrimonio. Y claro, Don Matías se cobró su derecho a
venganza. Lo hizo tras perdonarlo públicamente, y luego que Don Enrique
accediera a comprar todos esos boletos de lotería junto a él. Era un plan
ambicioso: dependía del azar.
Quiso el destino que los insólitos amigos le
jugaran al boleto ganador. Don Enrique lo juzgó milagroso, y confió en el
perdón a sus traiciones. Pensando en los tiempos venideros se entregó a una
alcohólica alegría, que su corazón no resistió. Un preinfarto lo mandó al
hospital, y hasta allí llegó su ‘preocupado amigo’.
— Ya lo ves, mi buen Matías, la vida nos
exige reconciliarnos…— alcanzó a musitar Enrique, antes de que el furioso
anciano ejecutara sobre él su fatal sentencia.
(Cómo matar a tu jefe, 2012)
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