El paso de las
horas bien podría haber sido dulce. Pero él y su maldita insistencia en
susurrarle al oído todo aquello que no era capaz de hacer. Que no tenía agallas
y nunca las tendría. Y ella, que actuaba casi a su pinta. Casi, porque el día
en que desobedeció uno de estos susurros, le enrostró cuanta calamidad puede
derrumbar a un hombre, y acabó con él la misma tarde de lluvia en que decidió
colgarse de la rama equivocada. Tec cerrado y politraumatismo dijo el médico,
poco antes de cerrar la bolsa plástica y volver a casa dispuesto a beber como
un energúmeno. Para el doctor sería un buen viernes, a pesar de todo.
(Inédito)
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