Y bien, hay gente extraña. Lo
extraño es el mundo, dirán, y tal vez sea cierto. Un mundo extraño para gente
extraña. Así están las cosas. Y claro, ante este panorama entiendo que debamos
hallar las fórmulas necesarias para mantener el equilibrio y no dejarnos
conducir dócilmente, como ovejas, hacia el vacío. El mismo vacío hacia donde
nos tiran las falsas moralejas, la publicidad, los discursos de orden de
quienes están arriba y un largo, larguísimo etcétera.
Es en medio de esta búsqueda
donde comúnmente nos encontramos todos. Algunos, desde luego, tendrán más éxito
que otros. Hay quienes se conforman con la repetición de algún pasatiempo; otros
se inclinarán por el poder o la bebida; los hay también quienes se vuelven a
oír al sacerdote, y están los que, finalmente, se lanzan a inventar sus propios
rituales. Quiero pensar que las personas más interesantes pertenecen a este
último grupo.
En el mejor de los casos, por
intermedio de estos simples rituales cotidianos eludiremos exitosamente el
dogma de turno, la castración espiritual, y nos aproximaremos a una nueva forma
de vida extraña, tejida casi íntegramente por nosotros, en permanente
movimiento, adaptándose siempre a la variación de las circunstancias… Cualquier
cosa parece mejor que convertirse en un muerto vivo, con nuestra alma devorada por
el sistema, y caminar con la misma sonrisa fingida y dolorosa con que la mayoría
posa para sus fotos...
Comprendí, por ejemplo, el caso
de esa pareja de volados que llegó hasta unos roqueríos de Lirquén para acabar contemplando
largamente el espectro de un recolector de moras; o que al final de la tarde el
sol les sonriera abriéndose paso entre las nubes. Amé cuando en otro lugar,
otro par de jóvenes aprendió espontáneamente el idioma de las aves, o al menos
eso creyeron tras echar unos humos. O el caso de tantos que se sacuden el conformismo
y deciden actuar sobre nuestra realidad, perdiendo el miedo a soñar y sentir,
dejándose llevar. Y así, desde la forma de preparar el desayuno hasta las
escapadas nocturnas a vagabundear por ahí, nuestro día a día está lleno de
rituales, ¡fíjense bien!
Pero están los rituales que no
comprendo. Los más extraños de todos. El tipo del frente que lava su auto
religiosamente los domingos, empleando para ello toda la tarde. Lo cierto es
que parece hacerlo con tanta devoción que he llegado a pensar que ha olvidado
por completo que se trata de caricias suministradas amorosamente a un simple
objeto.
No sé si podamos hablar de
rituales equivocados. Es muy posible que si nos equivocamos al definir nuestro
objetivo en la vida, sea cual sea, también nos equivoquemos de rituales. En
fin, pudiera ser que el éxito de un ritual radique en transportarnos a otro
punto de vista, en despejar nuestra cabeza y devolver nuestra atención a la
vida misma y no a sus distracciones, como el trabajo y el consumo. Alguien
podrá decir que nos distanciamos un poco de la realidad al llevarlos a cabo; yo
me la juego por pensar que no hay búsqueda en la que no exista la posibilidad
de extraviarse. Pero también es cierto que no habrá ningún lugar mejor para
nosotros si no nos decidimos a buscarlo. Adelante.
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