No puedo dejar de pensar en lo que me confesara aquel sujeto
hace un par de noches. Parapetado detrás de su cerveza, disparaba dardos de
odio contra todos y contra todo. Según su punto de vista, era ridículo llegar a
creer en alguien o en algo que estuviera fuera de sí mismo. Algunas de las
cosas que decía me hacían sentido, pero tiendo a desconfiar de las personas
demasiado serias, y este tipo apenas si dejó ver una sonrisa en todo el rato
que estuve junto a él. Tal vez esa fuera la razón por la que –además de
escucharlo- me dediqué a apurar las bebidas…
Es cierto que todo apunta a que desconfiemos poco menos que
hasta de nuestras madres. Mirar las noticias es un ejercicio tragicómico, y sin
embargo, aquí estamos. El mundo sigue su curso con una legión cada vez más
grande de cristos sufrientes deambulando por sus ciudades. Cierto es también
que para la mayoría las cosas no andan nada de bien. Desempleo, estrés,
ansiedad, precariedad laboral, exigencias absurdas como el éxito y la
acumulación de bienes materiales, y un larguísimo etcétera. Y además, cómo no,
el mantener una apariencia de cordura cuando solo basta despabilarse un poco
para darse cuenta que casi todos parecen haberse vuelto locos.
El sujeto del bar dejó de hablarme un buen rato y se dedicó
a escuchar al grupo que improvisaba un jazz de lo más decente. No era ningún
sabio entonces ni tampoco lo sería, pero creí comprender toda la tristeza que
se ocultaba detrás de ese silencio.
Ignoro cuál sea el nombre del juego que jugamos, pero a
veces pienso que es posible arrebatarle algún sentido a todo esto que,
aparentemente, no lo tiene. Y es que tampoco soy bueno confiando, y estoy
consciente de que las quemaduras son inevitables al lanzarse ciegamente a la
vida, al entregarse a cualquier búsqueda.
Aunque quizás también se pierda algo al no confiar. Estar
bloqueado emocionalmente es lo peor; creerse un monstruoso mono de nieve condenado
a atravesar el desierto con los dientes apretados, envenenándose con sueños de
sol y espejismos. Así es que, después de todo, la fe en la Humanidad puede que
sea algo de lo más irrelevante. Habrá un grupo de canallas intentando cagarse
en los demás, tal como acostumbran a hacerlo los políticos y empresarios, y
alguno que otro arribista desclasado. Pero quizás, paralelamente, también haya
un puñado de mujeres y hombres buenos. Y por ellos tal vez valga la pena
continuar resistiendo y, por qué no, construyendo en conjunto un mundo más
justo que éste.
El sujeto se marchó del bar mientras yo fui al baño, y me
dejó a cargo de la cuenta. Entonces comprendí la razón de su desconfianza. Se
veía a sí mismo en todo el mundo. Poco antes de vaciar inútilmente mis
escuálidos bolsillos, anoté en una servilleta lo que creí una moraleja: mantén
la guardia alta hasta que le miedo pase; sí, pero ten en cuenta que abrirse a
nuevas emociones algunas veces justifica tragarse un par de golpes. Y si entre
golpe y golpe la vida nos regala alguna caricia, acaso haya valido la pena
sentirse un poco machucado, pero vivo.
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