jueves, 29 de septiembre de 2016

CULPABLE




Salió de allí sintiéndose podrido. Había sido inculpado por quienes lo rodeaban -la misma noche de su cumpleaños- de ser un miserable traidor a la causa animalista. Y todo por pasar a pisar a un perro que dormía plácidamente afuera del bar donde celebraban. No sabe aún si lo que le dolió más fue el aullido bestial, la mordedura en justa represalia, la cachetada de su novia, o la indiferencia con que actuaron sus amigos frente a tan injusto castigo.

(Inédito)

martes, 27 de septiembre de 2016

EL TRUCO



El caso fue que le declaró su amor minutos antes de saberse acorralado por la vida. Aquella chica era en realidad su abuela, solo que en la foto de perfil lucía como en sus mejores años. Decidido a no perder el tiempo, tragó saliva y actuó como el típico jovencillo menoscabado del que gustan las mujeres maduras. 

(Inédito


domingo, 25 de septiembre de 2016

"Concepción narrado"



         Acá les dejo un pequeño artículo aparecido en Diario Concepción, en su edición del sábado 24 de septiembre. Consiste básicamente en un pequeño repaso por algunos narradores muy relevantes de la escena literaria penquista. Desde ya aclaro que por motivos de espacio y afinidad quedaron afuera nombres que igualmente son de importancia, y que espero incorporar en artículos futuros. Desde ya, gracias al periodista Ricardo Cárcamo por la invitación a escribir dicho artículo. 

         Dejo aquí abajo el enlace correspondiente:

http://www.diarioconcepcion.cl/2016/09/24/#20

jueves, 22 de septiembre de 2016

PRESA FÁCIL



          Es cierto, se sentía decaído. Tal vez fuera porque nadie le creyó su historia de fantasmas dentro de Los Salesianos. Lo vieron salir cabizbajo del local; y luego avanzar dando tumbos hacia la Plaza de los Dinosaurios. Acaso el tiranosaurio lo viera mal parado y lo considerara una presa fácil. Hay quien asegura haberlo visto perderse dentro de sus fauces sin siquiera animarse a pedir auxilio.



Ilustraciones: Jorge Peyrin  

martes, 20 de septiembre de 2016

Algunos apuntes en torno a "TREE-D (Árbol Muerto)" de Alan Muñoz Olivares



Nos encontramos, pues, frente a un árbol muerto. Yace, seguramente, en algún lugar del bosque  que de pronto se nos antoja un cementerio; allí donde el silencio ensordecedor es capaz de responderle  a la más arrogante sensatez.
No es ninguna casualidad que el libro de Alan comience hablándonos de Dios, despertando de una resaca, seguramente descomunal.
Un día Dios despertó en Malos Aires después de la resaca,
Lejos del estupor del bullicio de la ciudad sitiada
Y fue a dar al acantilado póstumo del tiempo (p.9)

Es casi seguro que con la caída de Dios caemos también nosotros. Habitantes todos de la “ciudad sitiada”, descendemos por el tronco ya estéril de este árbol; a medida que caemos, rebotamos y nos dejamos conducir a través del “imperio de las ideas”, por esos auténticos nodos que resultan ser los “hongos alucinógenos”. Los mismos que aguardan pacientemente, en mágico sueño, a que tropecemos con su latencia.
Estamos dentro del árbol muerto. Somos parte de ese bosque invisible, de aquella sabiduría aparentemente fenecida. Y si nuestro viaje parece errático, es una pura casualidad. Vemos en 3D, así somos conducidos a través de miles de fragmentos diminutos de vidas pasadas, épocas remotas, episodios fabulosos. Frente a cualquier duda que pudiese aquejarnos, Muñoz Olivares tiene la respuesta:
Las 3 dimensiones son el Déjà vu de las prostitutas silentes
que esperan ser penetradas por la locura (p.10)

Y luego, en un arranque de brutal honestidad, nos aclara de una vez por todas la escena a la que asistimos, con nuestros sentidos comprometidos por el vino, la poesía o la virtud, al decir de Baudelaire
La resistencia revolucionaria de la mandrágora
es la sobrevivencia de las luciérnagas en la noche
revoloteando el ÁRBOL DEL AHORCADO (p.10)

Me consta que casi la totalidad de los árboles (vivos y muertos) tienen algo que decirnos. Me consta, además, que no existen las verdades fáciles. Si perseveramos en este descenso me parece que habremos dado un paso adelante en la comprensión de esto, así signifique “Salir a tientas con un cuerpo ensangrentado entre las manos”.
A medida que caemos, en “caída libre”, parecemos aterrizar a cada tanto en diferentes territorios. “La Ciudad Luz”, la “Gran Vía Blanca newyorquina”, el “Reyno de la Carne en Marqueteo”, el “Mar Muerto”, nos derivan finalmente a nuestra “Sudamérica personal, escondida”, y particularmente, a Chile:
Chile es una calle larga de dos pistas,
Una va al cielo, La otra al infierno (p.22)

Es aquí donde yace la raíz de este gigantesco árbol a través del cual nos desplazamos. Aunque los “Eagles” nos canten su “Hotel California”; porque también lo hacen los “ángeles distorsionados” de Alan. Los mismos que parecen susurrarnos los que acaso sean los versos más bellos del poemario:
Sus destinos lo llevan bolsillo atrás del pantalón,
Porque hay monedas en la frente
Como el mapa de tu geografía:
Nos dormimos boca con boca,
Nos inhalamos los pensamientos (p.26)

Los hongos alucinógenos se transfiguran, adoptan la pose de ángeles que siguen haciendo su trabajo. Mientras continuamos nuestro descenso hacia la raíz de este árbol, somos espectadores de destellos extraños y perturbadores, que nos devuelven al mundo, en la forma de realidades paralelas. Es precisamente en una de ellas donde reparamos en el tropiezo del Dios resacoso.
Llueve a cántaros en La Concepción del Nuevo Extremo
y nadie repara en la trizadura de Dios en el ocaso (p.32)

Resulta imposible no acordarse de aquella otra cartografía maravillosa: la de Harris en su Cipango. Si no fuera por los ángeles, pienso, quizás también naufragaríamos en esta ciudad-mar. Dice Muñoz Olivares:
Ahora nos queda el miedo invicto
de besar los sombríos rincones de las calles
aferrados al universo de la memoria
y ajenos a los buses
en un paradero (p.85)

Entonces es cuando caemos en la conclusión de que somos parte de un fantástico ritual. Siempre lo hemos sido, incluso ahora, en nuestro peregrinar por este tronco de un árbol muerto. Pero el viaje a través del cadáver se ha vuelto más que una simple suma de resplandores. Tal vez sea inútil intentar comprender lo eterno, aunque la lucidez a veces pretenda fascinarnos con su lógica y razón. Lo que nos queda es apenas el reflejo de nuestra propia imagen, nuestro rostro proyectado al infinito; nuestro rostro como sinfonía de todos los rostros.
Mi rostro son los rostros del mundo
que vienen a contar la fina embriaguez
de la iluminación (p.103)

Nuestra caída, nuestro viaje a las profundidades del árbol muerto nos devuelve al reino de lo real (¿es realmente real?), con muchas más preguntas que respuestas. Solo me resta volverme hacia Alan para pedirle que imagine una noche como ésta, y que comience a hablarnos en su nombre.



domingo, 18 de septiembre de 2016

INCIDENTE




Habíamos salido la noche del 18 a comprar un pack de chelas donde El Viejo Mafioso cuando oímos los disparos. Tras las detonaciones, un par de señoras arrojaron sus bolsas plásticas y echaron a correr por calle Bulnes. Frente a nosotros, un sujeto se arrojó al piso con tan mala suerte que lo hizo sobre un charco de agua espesa. Pude ver una mueca que mezcló alivio y asco apoderarse de su rostro. Y yo atiné a cubrir a mi acompañante y luego fui hasta la entrada para atisbar en dirección al estacionamiento, de donde aparentemente provenían los disparos. Vi cuando dos sujetos dentro de una camioneta insultaron a un tercer individuo que yacía en el piso, y que a duras penas se arrastraba intentando escapar. En cuanto la camioneta echó a andar, divisé a unas cuantas personas acercarse a prestarle ayuda al herido. “Ajuste de cuentas” fue la expresión que escuché antes de retirarme del lugar. Mientras caminábamos de vuelta a mi departamento, me embargó un extraño sentimiento de miedo y horror. Absurdamente o no, agradecí que al menos esa noche no nos hubiera tocado a nosotros. Besé en la cabeza a mi chica, que poco o nada comprendió de mis pensamientos.   

(Inédito)

martes, 13 de septiembre de 2016

PLAYA DE PALOMA


 Llama a toda la fuerza natural de tu cuerpo,
al océano color miel que suele nublar tus ojos
a tus rencores, envidias y resentimientos;

seguro tendrás una explicación 
                                     que acabe por admirar
y quisiera hallar la seguridad de tus labios
antes de dedicarte una última canción
que seguro bailaremos desnudos
en una habitación a oscuras;

fusión de pasado, presente y futuro,
fusión que se cierra en la experiencia linda
                                         de nuestros abrazos
o
en la forma elegantemente hostil
en la que cerrarás esa puerta, 
justo después de decirme decididamente adiós.

(Inédito

lunes, 12 de septiembre de 2016

AULLIDOS NOCTURNOS




      Una noche estaba frente al computador. Me sentía muy cansado, pero no estaba dispuesto a dormirme. Tal vez eso es lo que esperaría la sociedad de un asalariado como yo, pero no. Viviría unas cuantas horas más, aunque sólo caminara errante por el infinito filo de los normalmente deshonestos minutos nocturnos. Esta vez no le ayudaría al sistema a destruirme.



      Salí del departamento cerca de las diez, caminé por entre los edificios dirigiéndome al teléfono público de costumbre. Telefoneé a Largo. Me contestó su buzón de voz. Deseé dejarle un bello insulto de recuerdo, pero aquellas eran mis últimas monedas. Maldije y llamé a Alejandra. Pregunté por Erica.



- Está al lado



- De acuerdo, voy para allá, necesito hablar con ella - respondí



- Bien, te espero





      Caminé de vuelta ahora por entre los edificios, y justo en el momento en que pasaba bajo unos tupidos árboles, sentí como si alguien me llamara entre la oscuridad. Miré a mi alrededor. Estaba solo y una gruesa capa de neblina cubría la ciudad. No vi a nadie y seguí mi camino.



    Crucé la Avenida Paicaví y llegué al otro extremo de la Remodelación. Ahí los vi por primera vez. Por lo menos una docena de perros vagos. Dormían apaciblemente. Dormían apoyándose unos con otros, dándose calor. Estaban ubicados justo en la subida al departamento donde me dirigía. Pasé cuidadosamente entre animales, y conseguí no interrumpir sus sueños. Golpeé la puerta indicada, me atendió una mujer. Había una fiesta descomunal adentro. Gente bebiendo de las botellas, música estridente, vómitos, escándalo.



- ¿Erica?



- Tú debes ser César



- Así es. Veo que no es un buen momento para hablar de arriendos… veo mucha bebida y ya sabes…



- Pero pasa y sírvete un vaso, luego sal y conversamos



- De acuerdo

      Entré al departamento, no conocía a nadie. Fui a la mesa  y me preparé una bebida, fuerte. Luego me dirigí a la puerta. Miré a un costado: dos hombres manoseaban a una jovencita un poco pasada de copas. En una esquina un tipo con cara de desquiciado, sentado en una silla de mimbre, jugaba con una pequeña daga. Al salir, Erica estaba ajustando su sostén. Me pareció un hermoso gesto técnico. Fingí no haberlo visto.

- Entonces, necesitas una pieza a fines de este mes

- Así es. Esta es la última fiesta que doy. Es mi despedida de este departamento. Mi mejor amiga, con la que vivía, no fue capaz de aceptar mi relación con su hermano, y decidió echarme. Bueno, al final no duramos mucho, pero el daño ya estaba hecho: me echó de todos modos

- Una tontería…

- Sí. Él era un poco mayor, tenía algunos problemas. Sufría de personalidad múltiple, bebía un poco y de inmediato cambiaba su forma de ser. No era violento, aunque creo que en el fondo le atormentaba muchísimo el asunto

- Seguro que sí

- ¿Sabes? escribía poesía

- Los únicos locos que no lo hacen no están lo suficientemente locos

- Yo también lo creo así

- ¿Escribes poesía?

- Sólo cuando me alcoholizo en exceso

- Ah, bien

- Sí. ¿Quieres otro trago?

- Lo aceptaría gustoso



       Entramos al departamento y llenamos nuestros vasos. Antes de salir, noté que el tipo de la daga se había cortado las manos, pero el terrible estado de su borrachera le impedía levantarse, dirigirse al baño y curarse el corte. Erica me invitó a su balcón, a contemplar desde allí la espesa bruma que cubría la ciudad. Mientras conversábamos, a cada tanto se escuchaba el tronar de un tren a la distancia. Era una noche húmeda y alegre, al menos en este departamento. Erica me hablaba ininterrumpidamente de su vida, de su último amorío y de la última vez que intentó hacerlo con las bragas puestas.

       Pronto se hizo tarde y decidí largarme. Regresé caminando entre árboles y antiguos edificios de departamentos. Aún no me sentía del todo ebrio. La niebla se había hecho aun más espesa que antes. Miré los edificios y se me ocurrió que en cada departamento donde no hubiese una luz encendida, seguro alguien estaba siendo devorado por el insomnio. Pensé que indudablemente, las luces apagadas constituían la horrible evidencia de quienes no están dispuestos a lidiar con sus conciencias. De quienes encienden la televisión para apagar su cerebro.

       De pronto, un ruido como de pasos me inquietó. Parecía como si alguien me hubiese seguido. Tuve esa impresión desde que salí del departamento de Erica. Eché a correr un buen pique y me oculté tras unos arbustos. Entonces divisé entre la bruma una figura que poco a poco evidenciaba su forma humana, caminaba de un lado a otro. Me buscaba. A la distancia noté que tenía algo en la mano, parecía algo filudo. Era el tipo que se había cortado con la daga, en el departamento de Erica.

      No dudé un segundo en interceptarlo. El muy cerdo me había seguido. Me acerqué cautelosamente por detrás de los matorrales, hasta ponerme justo detrás de él. En un momento comenzó a mirar hacia las ventanas de los edificios, entonces salté sobre él y le aticé, al tiempo que le sujeté la mano con la que empuñaba el cuchillo. Estaba borracho. Borrachísimo. Bastaba muy poca fuerza para desestabilizarle. Le quité la daga y la arrojé lejos. Lo empujé y cayó. No quise rematarlo en el suelo. Tal vez debí hacerlo.

- Ya verás cabronazo… ¡verás cómo te arreo la próxima vez! – murmuraba el sujeto

- ¡Calla, animal!


      Estaba muy mal. Finalmente, lo ayudé a parase, aunque una vez en pie decidió retomar la pelea, tomándome por el cuello con ambas manos. Conseguí zafarme y le di un rodillazo que le hizo bufar. Ahí se quedó, doblado en dos, intentando no caer a tierra otra vez. Maldiciendo.

      Di la vuelta y me fui, pero en cuanto estuve fuera de su alcance visual, volví detrás de los arbustos para ver qué hacía. Caminaba en círculos, agitando las manos como si las tuviera empapadas de algo. Parecía desquiciado. Lanzó un par de gritos horrorosos, espeluznantes. Miré a mi alrededor y noté cómo muchas de las habitaciones de edificios que estaban a oscuras, después de oír los gritos se iluminaron. Me pareció absurdo: sólo un grito desgarrador era capaz de despertar sus conciencias. No eran las flores, la belleza o las molleras de sus hijos pequeños. No. Era lo sórdido que había en sus vidas.

      Dando tumbos, el hombre se marchó hacia el departamento de la fiesta, aullando hasta que se lo tragó la neblina. Decidí irme a casa, pero entonces recordé la jauría de perros que dormían en la escalera. Posiblemente, dada su condición etílica el hombre no sería tan astuto como para pasar cuidadosamente entre ellos, sin molestarlos, ni despertar su ira.

      De pronto escuché unos ladridos. Después, un alarido. Corrí en dirección de las escaleras, y vi al hombre de la daga rodeado por al menos una docena de canes. Pese a su condición, esquivaba bien algunos tarascones, pero dada la gran cantidad de mandíbulas que se batían contra él, le fue imposible evitar unas cuantas y bien colocadas mordeduras.

- ¡Suéltenme, monstruos del infierno! – vociferaba el pobre tipo


     Después de unos instantes de tortura, consiguió subir las escaleras y llegar al departamento de Erica. Golpeó unas cuantas veces la puerta, pero nadie se dignó a abrirle. Al final, y en una medida desesperada, optó por comenzar a llamar la atención. Se bajó los pantalones y orinó un poco la puerta. Luego se dirigió a la puerta vecina e hizo lo mismo. Orinó un poco en todos los departamentos. En algunos fue detectado e insultado. Sentí una extraña pena por él. Alguien amenazó con llamar a la policía y así lo hizo. Al cabo de unos minutos divisé una baliza en medio de la niebla. Luego escuché la tradicional sirena y decidí dejar el asunto hasta ahí. Caminé entre los árboles para no ser detectado, y llegué a mi departamento.

      Me preparé un café, salí balcón. Pese a la bruma, era una noche preciosa. Cinco pisos más abajo, unos policías buscaban algo entre los arbustos. A lo lejos se escuchó por última vez en la noche el aviso del tren.


                                                                   (Alucinaciones, 2011)