La historia es más o menos así. El tipo
caminó hacia su departamento, después de visitar a su madre, que sonrió al
verle llegar. La calle Salas estaba a oscuras, y a poco de andar tropezó con
una maleta de viaje. Sin pensarlo demasiado, decidió llevarla consigo. Escuchó
algunos improperios desde un edificio aledaño. Eran policías, y al parecer
acababa de arruinar un procedimiento. Irracionalmente, tomó la maleta y corrió
con ella en dirección a Barros Arana.
Una vez en su cuarto, descubrió que la maleta
estaba llena de billetes. Parecían legales y estaban ordenados perfectamente en
fajos. Al fin algo de suerte, pensó mirando el techo, con grandes manchones de
humedad y grietas que permitían ver la espesa bruma que comenzaba a cubrir la
ciudad.
De pronto, escuchó que alguien forzaba la
cerradura. Recordó que la logia conducía a un restaurante chino. Tenía una
oportunidad. Sacó su viejo revolver del velador, tomó el maletín y salió de su
cuarto cuidadosamente.
— ¡Suelta esa maleta, hijo de puta, somos la
policía! — gritó alguien desde la oscuridad, al tiempo que se oyó un disparo
Sintió que un par de balas le rozaban la cara
y se creyó perdido. En eso llegó abajo y salió a la cocina del restaurante,
donde meseras y cocineros chinos lo miraron aterrorizados. Se preguntó si sus
gritos se escucharían igual en Shangai, luego lo olvidó.
Salió a la calle y sólo entonces se percató
de que cojeaba: su pierna sangraba abundantemente. Pero no era para espantarse,
debía evitar a toda costa irse a negro, lo peor había pasado y necesitaba
seguir. Atrás quedaban sus verdugos, los tres años y un día de cárcel por un
atraco que nunca cometió, el divorcio de su mujer que lo dejó en la miseria, y
la misteriosa desaparición de sus dos hermanos. El bus estaba cerca y tal vez
su madre volvería a sonreír.
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