domingo, 19 de febrero de 2017

Extrañas historias personales en torno a ciertos libros




        Bueno, obligado a comenzar este nuevo Alarido pidiendo las disculpas correspondientes por andar tan flojo con la actualización del blog. Verdaderamente, necesitaba algún par de semanas de relajo y esparcimiento antes de volver. Vamos a lo nuestro.
        Es posible que todos hayamos tenido alguna historia relacionada con un libro, ya sea porque por particularidades de la vida se nos ha aparecido en un momento especial, o hayamos dado tardíamente con él y pensemos con desazón que si nos hubiésemos topado con ese libro algunos años antes, seríamos personas distintas. En fin, que prefiero ser optimista, y pensar positivamente en las causalidades: todo ocurre por algo y a su debido tiempo. Mejor así. Y con los libros es exactamente lo mismo: llegan a nuestras vidas cuando tienen que llegar. ¿Para qué darle más vueltas al asunto?

Fuegos a la vista
        Hace más de diez años fue la primera vez qué me topé con la novela Los incendios (2005), de Alfonso Mallo, y he de confesar que me invadió una especie de disgusto. Desde que era pequeño había soñado con escribir un libro que se llamase de la misma manera. No existe en esto casualidad alguna: he vivido casi toda mi vida en una región que se caracteriza por tener una alta tasa de incendios; forestales y de los otros. Diversas vivencias se relacionan de alguna forma con la ocurrencia de algún siniestro. Desde luego, no viene al caso entrar en detalles, pero cuando me topé con que ya existía una obra llamada así, simplemente, Los incendios, lo encontré un duro revés del destino para mi entonces imaginaria carrera literaria.
        Por razones que ahora solo me cabe catalogar como inexplicables, resulta que nunca hice verdaderos intentos por adquirir dicha novela –que por cierto, posee una historia inquietante-, y no fue sino hasta hace algún par de semanas, cuando todavía sobrevolaban los aviones “Supertanker” y “Luchín” por los cielos de Concepción y sus alrededores; cuando veía con mis propios ojos cómo las llamas se acercaban a la ciudad, sitiándola (algunas imágenes terribles de lo que fue pueden encontrarlas en este mismo blog), recordé la existencia de esta novela. ¡Vaya coincidencia! La obra trata precisamente de un pueblo rodeado de incendios inextinguibles, donde sus habitantes, condenados, esperan con una resignación inusitada la irremediable llegada de las llamas.
        Lo tomé como una señal, e intenté ¡ahora sí! hacerme del libro. Como era de esperarse, había desaparecido de catálogos y reseñas, y no tuve más remedio que contactar directamente a su autor, quien gentilmente me envió un ejemplar a mi domicilio. Si ya leer un libro titulado Los incendios mientras sobrevuelan aviones cisternas y se levantan columnas de humo a la distancia resulta ciertamente extraño, el que se trate de una obra tremendamente interesante, cuya lectura atrapa de comienzo a fin, es todo un mérito. Espero publicar próximamente un breve artículo en relación a esta novela, que me aventuro a decir, pasó demasiado piola en su momento para tener tal nivel de atingencia con lo que ocurre en nuestros días.

Delirios en el Día de los Muertos
        Cinco años me demoré en encontrar en una feria de libros usados Bajo el volcán (1947), la monumental obra de Malcolm Lowry. Como ya les expliqué más arriba, con eso de no creer en las casualidades, muchas veces espero que los libros que deseo lleguen a mí y resisto la tentación de un frío encargo vía catálogo. Y la verdad es que me moría de ganas de hincarle el diente a esta obra-maestra-confesión-testamento de un escritor que vivió intensamente la vida, con la bebida teniéndolo agarrado por la garganta; que fuera expulsado de México por su escandalosa adicción al mezcal, y que justificara con creces utilizar cerca de 500 páginas para narrarnos lo ocurrido con un cónsul venido a menos la noche de la víspera del Día de los Muertos de 1938, en un pueblito cercano a Cuernavaca, México.
        Intentando no ser menos, procuré acompañar la lectura de esta novela acompañándome de alguno que otro vaso de ron –utilizar tequila o mezcal habría sido suicida-, y preferentemente de noche. Más de alguna vez, matando el tiempo en alguna cantina de suburbio, me parecía estar al interior de “El Farolito”, antro de perdición en el que sucumbe el protagonista de la novela.
        Todavía puedo recordar la alegría que experimenté al encontrarme este fantástico libro en medio de uno de los puestos más sencillos de la feria. Al fin, la espera había acabado. Tendría que pasar algún otro par de años para que diera con la extraña continuación (o explicación, mejor dicho) de esta novela: Oscuro como la tumba en la que yace mi amigo, en una librería del centro de Madrid. Les dejo una de mis citas favoritas de Lowry, y muy representativa de lo que le ocurre a un par de buenos amigos míos: “La agonía del ebrio encuentra su más exacta analogía poética en la agonía del místico que ha abusado de sus poderes”.


Los túneles brumosos de Concepción
        Para cerrar esta pequeña recopilación de libros, lo haré con uno de mis favoritos, la novela Los túneles morados (1961), de Daniel Belmar. Encontrar una edición Zig-Zag toda destartalada en el “Almacén de Antigüedades”, en calle Maipú a la altura de Tucapel, en Concepción centro, ha sido uno de mis más grandes aciertos como lector. Hizo que valiera la pena la hora y media que me pasé buceando entre libros añosos, así como el aburrimiento de mi acompañante ante mi tardanza.   
        Por supuesto, se trataba de una obra imprescindible para un lector de Concepción, la historia de aquel grupo de muchachos que vaga de una cantina a otra, carreteando bajo la noche lluviosa penquista. En los meses –años, me atrevería a decir-, siguientes a su lectura, intenté emular el recorrido por esas calles húmedas y delirantes de las altas horas. Por supuesto, la ciudad no es la misma, pero tengo la convicción de que gran parte de aquella atmósfera belmariana sobrevive en el Concepción nocturno actual.
        En síntesis, solo puedo indicar que muchos libros nos marcan –además de por la forma en que están escritos-, por la manera en que llegan a nuestras vidas. Es en esa pequeña circunstancia donde realidad y ficción se fusionan, y aprender a valorarla recae únicamente en que estemos dispuestos a ser lectores y, de alguna manera, también personajes.



jueves, 9 de febrero de 2017

Presentación de "Cerrología" de Samuel Castillo


        Nos encontramos este domingo 12 de febrero en La Fábrica de Colores (Av. Latorre 473, sector Bellavista, Tomé), en el lanzamiento de "Cerrología", del escritor tomecino Samuel Castillo. Estaré allí aullando algunas barbaridades, a partir de las 17 horas. El evento promete además poesía, música, brisa marina y un paseo por el hermoso sector patrimonial de Bellavista. ¡No falte!


DISTANCIA


       Solo al recibir el golpe de corriente y quedar con su lengua pegada a la pantalla, comprendió que un emoji jamás reemplazará a una caricia. 


jueves, 2 de febrero de 2017

PRESENCIAS




No pudo evitar horrorizarse cuando por la mañana descubrió aquellos garabatos en su croquera de joven escritor. Hasta donde recordaba, la noche anterior se encontraba solo, había bebido solo, y luego, vencido por el licor y el cansancio, se había ido a acostar…, solo.

Con lo que no contaba era con la presencia de todos esos demonios, que valiéndose de su embriaguez lo poseyeron, y haciendo fiesta dentro de sí, lo llevaron a expulsar semejantes obscenidades de las cuales se inmediatamente se avergonzó.