domingo, 18 de octubre de 2020

EL CUENCO DE POLLO



El comienzo de todo esto fue más o menos el siguiente. Llevaba algún tiempo viendo esas imágenes de protestas en el metro de Santiago. Casi siempre a la hora de almuerzo, devoraba mi cuenco de pollo con arroz que compraba en un local de comida turca de la avenida Paicaví. Miraba las redes sociales y allí me lo encontraba: cientos de secundarios saltando las vallas del metro en protesta por el alza del transporte. En Conce estábamos igualmente acostumbrados a un estilo de vida injustificadamente caro, y sin embargo, nadie se hacía cargo.

Así es que yo devoraba mi almuerzo contemplando a aquellos cuerpos saltando con una alegría salvaje, como poseídos por vapores rebeldes, subvirtiendo con su tan adorable caos la realidad gris del orden neoliberal chilensis. Desde luego, lo más divertido era escuchar los discursos graves y mediocres de las autoridades, condenándoles:

-¡Estamos siendo víctimas de una violencia irracional!

-Cuando sube el pan no hacen ninguna protesta.

-¡Esto no es protesta, es vandalismo!

-¡Soy partidario de reprimir con energía! – llegó a vociferar un anciano senador social-cocainómano renovado.

 

Y yo, insisto, adoré beber mi café escuchando su rabia. Luego, como el acto más normal del mundo, salía de las redes sociales y volvía a la monotonía de mi trabajo. Las horas pasaban para mí entre el trabajo y los estudios. Maldito examen que tenía aquel sábado en la mañana. Cada hora libre de esa semana la aproveché para estudiar, intentando retener lo mejor posible los conceptos fundamentales del ITER CRIMINIS, la vía al delito. ¿Qué es lo que lleva a un ser humano a delinquir? Detrás de todos aquellos conceptos técnicos se escondía una interrogante así de brutal, pero la materia, tal vez por suerte, no llegaba a explicarlo.

Así fueron los días anteriores a esa tarde y noche de día viernes 18 de octubre. Ciertamente, sentía que mi cabeza explotaría de un momento a otro con el estrés y la ansiedad, por lo que siendo alrededor de las nueve decidí dejar el estudio hasta allí y relajarme en las nerviosas horas previas a mi examen de Derecho Penal. Necesitaba de un plan y lo tenía: hacía ya un tiempo que no invitaba al cine a Paola y decidí que ir a ver Joker sería un buen escape. Además, el Hermanito de los Queques Mágicos me hizo un ofrecimiento que no pude rechazar: me vendió tres porciones de sus alucinantes dulces. Podría invitar a Felipe, así aprovecharía de comentar lo que estaba pasando en Santiago, que a esa hora continuaba con protestas. Así lo haría. Pero antes, un último repaso de la materia del examen…

Me vi corriendo sin querer por una Avenida Paicaví colapsada como buena noche de viernes, tratando de llegar a tiempo a la pizzería donde me esperaba el Hermanito de los Queques Mágicos con la merca.

-Ten cuidado con estos –me dijo- son pequeños, pero están mucho más potentes que la última vez. No te atrevas a comerte más de la mitad de uno.

-Vale, así lo haré –le dije sabiendo que mi instinto drogata podría más y acabaría comiéndome uno entero.

 


El estudio había sido tan desgastante que, junto con el cansancio mental, me sentía incluso físicamente un poco debilitado. Tenía hambre. Fue un alivio saber que Paola había pasado por algo de comida. Para mi sorpresa, compró otros cuencos de pollo. Desde luego, comer un cuenco de pollo en el cine constituía una ordinariez tamaña, empero, zamparse esas dosis aquellos queques con la guata vacía habría sido aún más demencial.  

Nos juntamos los tres en la entrada del cine, llegando justo a tiempo al comienzo de la función.

-¿Cachai la cagadita que está quedando en Santiago?

-Oye sí.

-¿Compraste las entradas?

-Aquí los tengo.

-Entremos de una vez.

 

Reconozco que me siempre me llamó la atención la extraña sensación de impunidad que rodea la oscuridad del cine. El hecho de poder bajonear libremente y sin que la gente supiera de dónde diablos salía ese olor a comida fue algo que de no ser por la penumbra me habría avergonzado. Luego, hacia el final de la película, justo en la escena en la que Joker le vuela la tapa de los sesos al mierda de Murray, un sucedáneo de nuestro pestilente Don Francisco, no pude evitar aplaudir. La porción de queque, aunque pequeña, efectivamente se venía muy potente y comenzaba lentamente a hacer lo suyo.  

Luego vinieron las escenas de protestas callejeras tan características de la película. Recordé mis viejos tiempos de capucha. Fue inevitable emocionarse con la rebelión de les pobres, marginades, prójimes todes. Mierda, si hasta debí contener las lágrimas al contemplar aquella danza carnavalesca y macabra del sangrante protagonista sobre el coche policial, con la que respondía gloriosamente a sus años de cotidiana humillación.  

Drogábamos como estábamos, nos pegamos largo rato mirando los créditos. Debo decir que en ningún segundo se me habría pasado ni remotamente por la mente que al salir de la sala nos encontraríamos con que el mundo, tal cual lo conocíamos hasta entonces, había cambiado y continuaría cambiando para siempre. Incluso hoy me pregunto, ¿habrá sido el queque mágico?, ¿y si solo me hubiese comido la mitad de la porción como me recomendó el Hermanito de los Queques Mágicos? A veces pienso que incluso la clave para comprender toda la bella y terrible locura que se desataría a partir de ese momento en que nos levantamos de nuestros asientos, se hallaba en el fondo mismo del cuenco de pollo que ingerimos con tantas ganas…

-Espérenme un poquito, que necesito hacer pipí –nos dijo Paola al salir al hall.

-Dale, te esperaremos en la entrada.

Entonces me di cuenta que la expresión del rostro de Felipe había cambiado por completo luego de que comenzara a revisar su teléfono:

-Weón, se echaron a un compa en Santiago. Piñera decretó estado de emergencia y los pacos se echaron a un compa en Maipú.

-Me estás webiando…

 

Revisé mi teléfono y estaba rebosante de mensajes. Una sensación eléctrica me sacudió el cuerpo. Ya no se trataba de una simple protesta en Santiago. El sátrapa que teníamos por presidente había declarado la guerra al pueblo que a esa altura se había volcado a las calles por mucho más que un alza en el transporte. Nos había declarado la guerra a todes.

A Paola le tomó unos minutos comprender qué ocurría cuando volvió del baño toda llena de locura y vio nuestras caras.

-¿Y a ustedes qué les pasó?

-Va a quedar la cagá…

 


Salimos del cine a la calle y se respiraba una tensa calma. Esa sería la última noche tranquila de la ciudad en mucho, mucho tiempo. Nuestros teléfonos seguían recepcionando decenas de mensajes provenientes de los muchos grupos que teníamos. Algunos contaban detalles de lo que estaba pasando en Santiago, habría otros dos muertos por la policía y los militares. Había que reaccionar al día siguiente. Aquello era intolerable.

Decidimos ir a un local llamado El Averno para conversar una cerveza antes de irnos a nuestras respectivas casas. Caminamos por la calle Orompello de una ciudad que no se parecía a Conce. Cierto es que eran pasadas las una de la madrugada, pero el silencio de esa noche de viernes lo recuerdo perfectamente, como si las personas y los sonidos se hubieran recogido, como lo hace el mar antes de abrazarnos con sus olas cuando hay tsunamis.  Recordé fugazmente el examen que debía dar al día siguiente, pero se perdió ante la visión de los acontecimientos. Las noticias modificaron nuestro viaje, huelga decirlo, no obstante, nos sentíamos todavía navegando entre las brumas oníricas de la droga.

-Ya está -dijo Felipe, ya instalados en una mesa frente al escenario en donde nadie tocaba-, hay una convocatoria en la Plaza de los Tribunales para mañana al mediodía.

-Voy a pasar de los primeros a dar mi examen para estar listo a esa hora. Te anticipo que se viene pesado el día de mañana. Si en Santiago sacaron milicos, nada impide que no lo hagan acá.

-Cierto, va a depender de la cagadita que quede.

 

Nos fuimos caminando hacia la Remo, pensando en lo que se vendría al día siguiente y a cada tanto deteniéndonos a leer tal o cual nuevo mensaje que llegaba a nuestros teléfonos.

Aquella mañana del sábado 19 de septiembre me levanté a las 6.30 para alcanzar a repasar la materia una última vez antes de mi examen. Sin embargo, no contaba con que el efecto del queque mágico me duraría algunas horas más de lo pensado. Con todo, conseguí releer la materia. Luego, sin desayunar, me puse mi terno –el mismo y único terno que he usado en la vida-, y fui a dar mi examen. Me las arreglé para pasar de los primeros, para aprobar y llegar puntualmente al mediodía a la Plaza de los Tribunales.

Lo que ocurrió luego, que al principio fuéramos cien, luego quinientos y a las pocas horas, miles en las calles de Conce y de todo Chile, es algo que a esta altura forma parte de un relato colectivo de quienes ese día decidimos encontrarnos y comenzar a cambiar de una vez por todas nuestra realidad. Palabras como justicia, dignidad, igualdad, pueblo y revolución volverían a escucharse en las esquinas de nuestros barrios. Había pues, que ponerse manos a la obra con las transformaciones sociales pendientes y urgentes. Y bueno, en eso estamos. 

18 de Octubre Revolucionario de 2020.