miércoles, 14 de noviembre de 2018

Aullidos desde el más allá


   Acá les comparto el relato finalista de un Concurso de Cuentos Cannábicos en el que participé. Dice así:


   Cierto, habíamos fumado demasiado de una misteriosa cepa que encontramos sobre la mesa después de una larga noche de juerga. Lo que en un comienzo habíamos planificado como una sesión creativa se transformó de pronto en una simple y vulgar junta fumeta.

   Como suele ocurrir en estos casos, las carcajadas estridentes dieron paso a toda clase de ideas delirantes, y luego, a un prolongado silencio. Un silencio de miradas bajas, meditabundas, pupilas dilatadas y “rictus cannábicos” en las quijadas de los participantes.

   En ese estado de contemplación estábamos cuando súbitamente escuchamos -con toda claridad- unos elocuentes aullidos, seguramente provenientes de algún patio vecino. De un momento a otro, los aullidos se volvieron tan notorios que consiguieron despavilarnos:

-Ohhh, ¿qué onda, qué fue eso? -nos miramos entre todos, atemorizados.


   Los aullidos cesaron a los pocos segundos de prestarle atención, pero nada volvió a ser lo mismo a partir de entonces. Nuestra volá reflexiva había derivado en una de tipo paranoide. Perseguidos a más no poder, nos quedamos atentos escuchando y llegamos casi a saltar al menor sonido. Estábamos en un piso alto, y al poco rato divisamos una columna de humo naranjo que se levantaba a lo lejos.

-¡Miren eso, está quedando la cagá! -gritó Felipe apuntando el humo.


  Si bien fue grande nuestra curiosidad, ninguno de nosotros atinó a levantarse de su asiento y acercarse al ventanal, como para tener una mejor idea de dónde provenía todo ese humo naranjo. Eso sí, tiramos toda clase de teorías: un gran incendio, una explosión, una emergencia química, etc. Nos miramos preocupados y retornamos a nuestro silencio.

   Después de un rato, la habitual dispersión de los volados hizo lo suyo: alguien tiró una talla y todos reímos a más no poder. Nos olvidamos por completo de lo que había ocurrido, así como de nuestro momento de persecución y pánico.

   El caso fue que algunos días después de ocurrido el episodio todavía era motivo de conversación, y estando en compañía de Felipe recordamos que habíamos dejado puesto el grabador de sonido. Aquella era una práctica habitual en nuestras “sesiones creativas”, y nos había permitido rescatar del olvido innumerables ideas que de otra manera se hubiesen desvanecido junto con los humos.


 Nos dio por escuchar la grabación de la junta, claro, y casi nos fuimos de espalda cuando descubrimos que nunca hubo aullidos (reales, al menos). El hecho que había gatillado nuestro “mal viaje” no existió. Las dudas razonables se abrieron paso: ¿habría sido una invención de nuestras mentes?, ¿sugestión?, ¿alucinación sonora?, ¿demencia? Debo reconocer, de cualquier forma, que esa yerbita misteriosa se las arregló para hacernos partícipes de una buena historia y de un pequeño apocalipsis que finalmente no sucedió.




martes, 2 de octubre de 2018

VERDAD


La verdad se esconde en el fondo de un plato de sopa
Del Mercado Central
Bajo las alas de un insecto
-que siempre podrá ser un cilantro con forma curiosa-
La verdad es lo que se desprende
camuflado entre la humareda
De los incendios de Conce
Y que nadie sepa que allí ha estado
Esa verdad con la que alucinamos unos cuantos
Porque la verdad tal vez no sea más que eso
Una siguiente cortina de humo
Que desfila frente a nuestras narices
como el mejor cuadro plástico
Mientras afuera llueve a cántaros.
Nuestro sillón de espectadores seguirá pudriéndose
Dentro y fuera de la escena

Con o sin la absurda lucidez del entorno.

(Vapores, 2015)


viernes, 28 de septiembre de 2018

Tiempo, ciudad y atomización: "La alta torre" de Oscar Sanzana, por Rodrigo Alarcón Muñoz

"Puede ser, pero mirapero mira, tú sabes que no escribo para paladares finos. Prefiero hablar de aquello que de tan común entre nosotros termina por hacerse invisible" 
(Oscar Sanzana, Rituales)
Si algo es una ciudad, es ese laberinto de infinitos recovecos testimoniado, descrito e interpelado de miles de maneras a lo largo de la modernidad y de las modernidades, en un amplio y permanentemente desbordado espacio literario donde se funden existencia, mito, historia y realidad, esto es, el imaginario colectivo. Esto hace extraño, a la vez que halagador y por cierto muy riesgoso, que Oscar me haya invitado a hacer o intentar hacer esta presentación. Es que el asunto es que yo soy un ínfimo, torpe y limitado lector de todo y no sé aun, al tiempo en que les leo estas líneas, qué podría ilustrar de este nuevo deambular de su pluma, su pensamiento y su pasión.
Sin embargo, ante este desesperado cotejo (constatación), es la fuerza misma de la escritura de "La alta torre" la que viene en mi auxilio, pues aunque sea a tientas, no puedo parar de caminar por los pasajes y paisajes de esa ciudad situada al borde del abismo, llevado por sus personajes que bajo esta misma condición, enfrentan sus miedos y su decadencia como si nos mostraran el descenso a los abismos que cotidianamente experimentamos.
Y este golpe va desde el inicio: ¿quién no podría reconocer en la debacle de Octavio Careaga, la ruina permanente que experimentamos en función de la dictadura del éxito que el capitalismo contemporáneo nos impone? ¿Quién no podría escuchar esa misma voz susurrante que habla a los personajes, que delirante normaliza la violencia que corroe los vestigios de humanidad, que desperdigados en nuestros interiores y en el paisaje cotidiano, acontecen en su agonía en medio de la normalización de la catástrofe y el horror del presente?
Tal como afirma Giorgio Agamben en "El sacramento del lenguaje", en el lenguaje nos va la vida, en él se juega nuestra praxis vital, el nexo ético y político de nuestras palabras con las cosas y las acciones. Las respuestas, las probables respuestas a estas preguntas, entonces, sólo pueden tomar forma en esa especie de ritual "silencioso y solitario de nuestro lenguaje", ese foro interno donde comparecemos ante nuestra propia conciencia y el residuo de las demás; hoy, ante nuestra total fragmentación de la existencia.
Las voces concretas de Octavio, Lizardo, "la Hija del Sol" y la de esa voz general que se transmuta siguiendo y precipitando sus conciencias, me digo mientras recuerdo la lectura, parecen ser las voces, la voz, de ese gran misterio que habla a través de nosotros; ese misterio patético que no porta ningún ocultamiento, sino el enceguecimiento de la potencia de una brutal verdad, aquella que le arranca la inocencia a la "Hija del Sol" y que a través del espejo feroz de nuestra cotidianidad, nos arranca todos los días la condición y la posibilidad de ser seres auténticos.
La aspiración de Octavio, metáfora de aquella aspiración que muchos/as canonizan en ese culto de pasión triste con que rehúyen su abismal precariedad, no es otra cosa que la encarnación de la ley soberana, que encarna en la posesión de esa llave con que los padres de la hija del sol, abrían las mazmorras más infernales, aquellas sobre las cuales descansamos nuestros cuerpos, tejemos nuestros amores y contemplamos nuestras posesiones; esas mazmorras que se alojan en el subsuelo de todo chile; esa llave, la llave a los infiernos de la represión, se escondía detrás de esa figura de loza que, puesta arriba de un normal mueble de cocina de una normal cocina cualquiera, representaba la abundancia, ese mantra colectivo que coloniza nuestro lenguaje, aquel recordemos, en que se nos va la vida.
En "La alta torre" persiste el intento de tejer un destino común de vidas atomizadas que comparten lo que aún les queda de común a los humanos: la ciudad y el tiempo, paradojalmente en tiempos en que todos intentan escapar de ella a través de cualquier medio, con recursos que permiten llevar su pesadumbre a paisajes de nuevas colonizaciones o a través de la tercermundista ilusión de la red. En sus páginas parece emanar la doble cara de jano que nos obra: inocencia y/ maldad, muerte y vida, horror y tregua, todo en medio de la habitual desesperación en que sobrevivimos.
Así, con su exposición pareciera que Sanzana, en la senda de Benjamin, intenta destruir el interior de todos nosotros, en tanto es allí donde muy bien amueblado, medidamente decorado, se aloja el individuo del sin sentido, de la convivencia hipócrita, de la ostentación sin fin. A este cúmulo de miseria, parece contraponer el carácter destructivo, aquello que Benjamin indicaba como lo que no se podía tomar como personal, como aquello que le es propio en tanto que no le pertenece.
Es precisamente lo que no deviene en Lizardo, Liliana Caray, en Catalina del Espino ni en Barbas, pues todos ellos forman el resto de un coro estrepitoso, donde el canto del presente nos entrega sus tonos más nefastos; ese eco de postverdad que acontece en nuestros suelos hace casi cuarenta y cinco años, donde todo lo peor, con toda la corpulencia de la impunidad, ha sucedido y nos sucede cada día en nuestras desahuciadas vidas, en las cuales toda posibilidad de pasado fue aniquilado y donde la inocencia fue convertida en el peor verdugo; el testimonio de la muerte de Irene a manos de una "infancia y juventud chivata", la misma de la cual podemos decir que hoy normaliza la denuncia al flaite, al mapuche, al marica, a la puta, a la "feminazi"; la misma a través de la cual acontece, de diversas formas, la muerte de esa otra ciudad, la de abajo, la de la Costanera, la del habitante, la misma que nos refleja, cual vitrina luminosa, nuestra brutal falta de experiencia.

Bajo estas luces, podemos reconocer (o apostar a reconocer) en la escritura de Oscar Sanzana (y a esta altura en su obra) un sistemático intento de des-asimilación social, moral y existencial del sujeto neoliberal, suscitando una especie de programa literario de la resistencia y transgresión, cargado de una políticidad que socava la racionalidad oficial y agita el poder de la precariedad, la soledad y el margen.
En otras palabras, “La alta torre”, así como “Rituales” y la suma de otros textos "Sanzanicos", operan un "contra-programa" que articula una cartografía progresiva, con sus avances, retrocesos y tenues victorias, de una práctica del sujeto precario (más que marginal) que da cuenta de la representación del agazapado imaginario colectivo del infierno neoliberal chileno, tal y cual se encarna en las calles que adolecen su actual presencia a orillas del Bío Bío, esa metáfora de frontera usurpada.
"La alta torre", de esta forma, se inscribe en aquellas narraciones que -me atrevería señalar- constituyen la novela de ciudad, la cual como señalábamos de entrada, puede seguir distintos rumbos que se orientan hacia lo político, a las formas de las clases, a la constitución del sujeto, al devenir del sexo, el amor y la revolución posible. En sus líneas sin duda Sanzana los toca todos, pues en el sujeto del presente cuya emergencia atomizada, fragmentada, precaria y sobre todo feroz, ocurre a través de ese puñado de personajes que tejen el abismal sujeto contemporáneo que en nuestras tierras encarnan la tragedia de la desaparición (Irene, Señor Sonrisa) y naufragio, de clausura del futuro, tragedia que a pesar de todo contiene en su seno la esperanza, aunque sea una esperanza de pasión triste.


lunes, 10 de septiembre de 2018

Acerca de la memoria


        Y bien, todo parece indicar que vivimos en un país cuya memoria es frágil y también algo errática. El tema se vuelve sensible en estos días y probablemente en algunas horas más, cuando comience el éxtasis diciochero, pasará a segundo o tercer plano. Pero quizás retorne con fuerza al cabo de algún breve tiempo, pues la memoria constituye siempre un territorio en disputa. Existen bandos que se pelean la interpretación de un pasado que a la luz del presente a veces parece concretarse horriblemente en la realidad. La historia determina que como país continuemos, pues, siendo prisioneros de nuestro pasado. ¿Algún ejemplo? Basta mirar nuestra Constitución.

     Me hace sentido una situación vivida hace algunos años. Siendo estudiante de periodismo, una profesora de Marketing Político nos dijo “Bueno, ahora que ya como mundo nos pusimos de acuerdo en el modelo socioeconómico que queremos, la cosa es más fácil”. Vaya tomadura de pelo, pensé. A costa intervencionismo, dictaduras y muerte, nadie consigue ponerse de acuerdo con nadie. Desde la Casa Blanca se nos impuso coercitivamente un determinado modelo. No hubo elección alguna, y lo que hoy vivimos es más o menos una consecuencia directa de nuestro insensato lema patrio: “por la razón o la fuerza”. Eso pensaron los poderosos hace exactamente 45 años, y no seamos ingenuos, lo más probable es que siga figurando en su manual de acción como una respuesta posible frente a alguna contingencia desfavorable a sus intereses...

          Tiendo a pensar que escribir es un ejercicio libertario y de acción directa en el campo de la memoria. Escribir es un acto político. Siempre lo ha sido y muy posiblemente seguirá siéndolo durante un buen rato. Por eso no concibo el arte separado de las condiciones sociales que lo generan. “El arte por el arte” -vuelvo a decirlo- no es más que una torpe y marchita quimera. Vivimos bajo un modelo socioeconómico que fundamenta su existencia no solo en volvernos unas criaturas consumistas y reproductoras; además, el neoliberalismo necesita seducirnos con la idea de que obramos bien. Es decir, nos controla culturalmente. Nos dice, por ejemplo, que volver los ojos hacia el pasado es una pérdida de tiempo, algo improductivo, aunque también peligroso, que es cosa de quedarse pegado, de no poder avanzar (aunque nunca sepamos hacia adónde). La memoria como discurso añejo, desposeído de toda utilidad y valor en el presente. La memoria como obstáculo de la unidad y el progreso del país y del mundo.

          Escribir es un ejercicio político, ya que nos permite reencontrarnos con lo que un día fuimos en acciones, palabras y sueños. Gracias a la escritura podemos rescatar del olvido a nuestros ancestros, a nuestros muertos e incluso a nosotros mismos. Podemos reconstruir pedacitos de historia que de no ser por esta labor se perdería para siempre, y al mismo tiempo, conseguimos poner en conocimiento de otras personas las luchas inconclusas, las tareas pendientes y ¡quién sabe!, quizás hasta podamos despertar en lectores y lectoras alguna curiosidad, algún interés o incluso hasta algún afán transformador.

           La memoria debe ser un principio combativo, radicalmente opuesto a la inactividad o a la inercia de los tiempos. El filósofo francés Louis Lavelle sostenía que la memoria puede funcionar como un motor en el presente, capaz de activar el rescate de aquello perdido. La memoria es representación, y ésta es a su vez resurrección. De allí a que pueda atestiguar que lo transcurrido no muera sino para renacer. Incluso la experiencia de la tragedia en el pasado puede poseer en el presente un carácter liberador, pues “el pesar es al pasado lo que el deseo es al porvenir”, según señala Lavelle.

         Así, la memoria es la identidad de lo que somos, la fuente de nuestra originalidad y secreto. Para nuestros ancestros, el tiempo poseía un carácter circular y no lineal, lo que quiere decir que volvemos a cruzar varias veces la misma senda y en esto radica la posibilidad de cambiar. Lo mismo ocurre con los procesos sociales. Poco a poco, la inercia y el miedo dan paso a la conciencia y a una todavía incipiente aunque esperanzadora voluntad transformadora. Hacia allá caminamos.


Concepción, martes 11 de septiembre de 2018.



domingo, 2 de septiembre de 2018

Capacidad de asombro


Había perdido por completo la capacidad de asombro. Ni siquiera cuando me vio dentro de su cuarto con su revólver en la mano, disimuló esa sonrisita estúpida con la que enfrentaba al mundo.

lunes, 27 de agosto de 2018

Evasión


Desperté en mitad de la noche
con la sensación de haber visitado
                               azoteas subterráneas
de haber descendido en el horror
de una existencia sonámbula.

La pesadilla se volvió más real entonces.
A duras penas miré bajo la cama
busqué a tientas una colita,


la encontré 
                         y fui suyo.





miércoles, 22 de agosto de 2018

Con todo comenzó la segunda temporada del Ciclo de Conversatorios "Ciudad de Letras"



      Para el equipo de Ciudad de Letras es una tremenda alegría el haber podido dar inicio a la segunda temporada de nuestro Ciclo de Conversatorios. Los objetivos siguen siendo los mismos: generar un espacio de encuentro, diálogos y miradas en torno a la urbe, y cómo se abordan sus problemáticas desde las diversas expresiones culturales y artísticas que se desarrollan en sus territorios. Sin embargo, para esta segunda temporada, hemos tematizado nuestras sesiones, para sacarles el mayor provecho posible a nuestras invitadas e invitados.

       Así, comenzamos con la presentación de la novela "La alta torre", y seguimos con una interesante exposición de experiencias en torno a la gestión de las artes y la cultura, bajo el título: "¿Qué entendemos por gestión cultural?", de la mano de cuatro de sus protagonistas: María Inostroza y Roxana Martínez del Centro Cultural Víctor Jara de Boca Sur, Johann Bórquez del Centro Cultural C3, y Arnolfo Cid representando al Taller del Libro.

     Asimismo, la semana pasada acompañamos a Ediciones Mujeres de Puño y Letra en el lanzamiento del poemario "Aguas Cercenadas" de la poeta lotina Daniela Guerrero, quien nos acompañara en nuestra primera temporada.

      Les dejamos unas imágenes de lo acontecido en estas primeras sesiones. Créditos de las fotografías a Rodrigo Alarcón Muñoz. Pronto, muy pronto, noticias de lo que se vendrá. Les recordamos que pueden encontrarnos en Facebook, haciendo clic justo aquí: Ciudad de Letras










domingo, 5 de agosto de 2018

Imágenes del lanzamiento de "La alta torre"

      

      Dejo aquí algunas imágenes de lo que fue la presentación de mi novela "La alta torre" el pasado miércoles 1 de agosto en la Librería JotaLibros, dando inicio a la segunda temporada del Ciclo de Conversatorios "Ciudad de Letras". La actividad contó con la presentación de la obra por parte del académico Rodrigo Alarcón, y espero poder subir pronto dicho material a esta página. Agradecimientos totales a Rodrigo y a Jota, así como a quienes asistieron y dieron vida a este interesante conversatorio. Créditos de las fotografías a Ingrid Odgers, Rodrigo Alarcón y Abel Zúñiga.






viernes, 27 de julio de 2018

"El autor local que hace de la soledad humana todo un tema"


Artículo aparecido en el Diario El Sur, con motivo de la presentación de la novela "La alta torre", escrito por el periodista Sebastián Grant. Edición del jueves 26 de julio de 2018.



Enlace: http://www.elsur.cl/impresa/2018/07/26/full/cuerpo-principal/23/


lunes, 23 de julio de 2018

"La alta torre" tendrá dos presentaciones


 ¡Tenemos buenas noticias! Ya existen fechas para la presentación de mi novela "La alta torre". Se contemplan dos presentaciones de la obra. La primera de ellas tendrá un “formato íntimo” y contará con números poéticos y musicales; se llevará a cabo este jueves 26 de julio a partir de las 21.45 hrs. en el espacio Taller del Libro (Av. Los Carrera 1492, Concepción Centro).


Una segunda presentación se realizará en el marco del Ciclo de Conversatorios “Ciudad de Letras”, el miércoles 1 de agosto a partir de las 19 hrs. en la Librería JotaLibros (Diagonal 1265, a pasos de Plaza Perú).

¡Les esperamos!



martes, 17 de julio de 2018

"La alta torre" o la contemplación de nuestra humanidad frente a un espejo trizado

     

        Escribiré algunas palabras en relación a mi nueva novela, “La alta torre”. Será publicada por la Editorial Taller del Libro, a quienes agradezco la posibilidad de visibilizar este nuevo trabajo bajo su sello. 

         Quisiera señalar en primer lugar que mediante su escritura tuve el desafío de conectar las vidas de una serie de personajes extraños y disímiles; existencias todas aparentemente individualizadas en sus respectivas soledades, pero cuyas circunstancias finalmente les permiten hallar cierto cause común.

      Contrariamente a lo que ocurrió en mis novelas anteriores, en “La alta torre” los personajes fueron incorporándose al relato uno por uno, la mayoría de las veces por necesidad. Me explico. Desde que comencé su escritura, tuve la impresión de que las peripecias de Octavio Careaga y la Hija del Sol resultarían suficientes para demostrar aquello que quería representar en la obra. El abandono, el vacío, la imposible terapia, el horror cotidiano, la a ratos poco digna esperanza. Y sin embargo, me di cuenta de que había una serie de situaciones que ocurrían alrededor de los dos personajes y que de alguna forma condicionaban su actuar. De allí que decidiera agregar algunas historias contiguas y entrelazarlas. Asimismo, enriquecían la narración al punto de reforzar el suspenso, para que éste se mantuviera hasta la última página del libro.

      Sin entrar en detalles, podría señalar que esta nueva novela surgió en un momento personal de angustia y con la insólita ilusión de que algún personaje le devolviera -con su ficción-, algo de realidad a un mundo que cada vez se me aparecía como más irreal y despojado de sentido. “La alta torre” o los delirios de una mente desorientada dispuesta a su ejecución. No nos engañemos. Posiblemente, la obra no sea más que la fotografía de un puñado de intimidades a las que se nos permite acceder entre pasajes neblinosos. Algo así como una mirada necesaria al ocaso de unas vidas torcidas, desahuciadas, aunque con un instinto de conservación que resulta casi siempre conmovedor. Cuando mirar a los personajes es contemplarse uno mismo frente a ese espejo trizado en el que se transforma muchas veces nuestra propia realidad, fragmentada y aparentemente inconexa, rota nuestra humanidad por las experiencias negativas de una vida que desde niños supimos íntimamente que sería más compleja de lo que nos decían.

      No me resulta fácil hablar de esta novela. Me tomó casi tres años escribirla, y cada una de sus líneas atesoró el deseo de encontrar un refugio. No sé si lo encontré, pero comprendí al escribir su último punto que había sobrevivido a su escritura y que era, por tanto, más fuerte que cuando la comencé. Como los propios personajes de la novela, vivimos en una sociedad hipócrita, en medio de realidades ocultas e invisibilizadas entre la ostentación y la estridencia exitista. No hay un lugar, pues, para perdedores ni perdedoras. La competencia se ha devorado la solidaridad, y con ella ha desaparecido la consideración del prójimo como un semejante, siendo relegado a un simple ser residual dentro de nuestro mundo de consumo y humo, al decir de Benedetti.

      Quien diga que los seres humanos no somos animales, no sabe de lo que habla. Es allí, muchas veces, en nuestro instinto, en nuestro ser íntimo y apegado a su estado natural, donde radica nuestra última posibilidad de salvación. Algunos de los personajes de “La alta torre” encuentran valentía y resolución motivados por un deseo instintivo de alcanzar la bondad y la salvación de su humanidad. Otros profundizan en el horror con el objetivo de borrarse de una vez y desaparecer. Con todo, no distingo personaje alguno en que no exista, siquiera débilmente, un afán de supervivencia para acudir -en algún momento- a su rescate.

      La esperanza parece amanecer semi intacta en los ojos de estos seres ficticios, a los que di origen intentando comprender lo que pasaba a mi alrededor en una época difícil. Entonces, lo habitual era que despertaran anhelantes con la idea de vivir un día perfecto, tras una larga noche de siniestras pesadillas. ¡Y allí los tienen! Luchando por convencerse de que una mañana se despertarán siendo libres de aquel desdibujado mundo de sombras y furias.

      “La alta torre” puede ser la historia de cualquier naufragio, de la búsqueda lastimosa de una orilla, del horizonte lejano aunque esperanzador. La crónica de un rescate necesario que siempre será posible si así no dejamos de concebirlo.


Concepción, julio de 2018.




martes, 10 de julio de 2018

jueves, 24 de mayo de 2018

"Una conversación entre amigos", relato publicado en revista Vientre de Ballena


Acá les dejo el relato "Una conversación entre amigos", publicado por la impecable revista amiga Vientre de Ballena.

Pueden leer "Una conversación entre amigos" aquí.

Ahí nació el relato, de tantas andanzas en aquel antro con el Shoro Meza: el responsable de tanto deja~vu hoy por hoy en el Neruda.

Salute.



domingo, 13 de mayo de 2018

"Más silenciosa que mi sombra", de Ingrid Odgers: las necesarias lecciones del desamor



Quisiera comenzar citando dos fragmentos de la obra La creación poética (1969), de José Miguel Ibáñez, a partir de los cuales estructuraré esta breve presentación. Si bien no están referidos estrictamente al quehacer narrativo, me parecen pertinentes para adentrarnos en una breve descripción de Más silenciosa que mi sombra.

Señala Ibáñez que “en el poema hay vida y experiencia, y las hay con una intensidad concentrada y máxima; pero solo cuando esta vida se hace vida de la forma, cuando esta experiencia se hace lenguaje, solo entonces hay poesía”. Pues bien, Más silenciosa que mi sombra es una novela escrita en formato de un diario de vida, y esto no casual. ¿Existirá algo más irreductiblemente íntimo, algo más secreto e inconfesable que las palabras náufragas que se refugian en un diario de vida? Verónica, la protagonista, se esmera en que sus confesiones queden a resguardo de las manos -indiferentes- de Alberto. Y es que al esposo distante y dotado de una frialdad brutal poco parecen importarles el sufrimiento, la precariedad afectiva de Verónica, que finalmente y al principio culposamente, cede a la posibilidad salvadora de salir a buscar a otro alguien que le devuelva su juventud y su sonrisa.



Vida y experiencia; experiencia que se hace lenguaje en clave de diario de vida, único compañero de las alegrías, penas y desventuras de Verónica. Es gracias a este diario que nos llega su testimonio de soledad, hastío y postergación. El libro de Ingrid no escatima en buscar la identificación con el lector o lectora, e incluso ofrece ciertos pasajes que permiten situar a quienes exploran sus páginas en una dinámica de reconocimiento.

Afirmo, las relaciones familiares se deterioran al no saber decirse las cosas con amor y comprensión, al no saber interpretar uno lo que el otro le quiere decir, al tratar de cambiarle a como dé lugar para hacer realidad las expectativas que llevaron al matrimonio, al asumir actitudes defensivas cuando se sienten atacados en su intimidad, al no sentirse aceptados por ser como son, y al no contar con el estímulo para asumir con plena libertad la mejora personal (p.43).

Lo anterior permite establecer igualmente un diálogo con las motivaciones creadoras, en este caso, tanto de Verónica, como de la propia autora de la novela. Nos acercamos, pues, a la “percepción ideal de la obra”, que consiste en la participación activa por el espectador de las motivaciones creadoras (vivencias, sentimientos, inspiración, intenciones), ta como en el alma del artista dieron lugar a la obra (Ibáñez, 1969:27).

Ese puente, aquellos “vasos comunicantes” que establece Ingrid en el lector no serían posibles sin la utilización de un lenguaje sencillo y directo, “cotidiano” si se quiere, pues es precisamente el uso de este lenguaje el que nos permite aproximarnos a la intimidad del hogar quebrado, de la familia disfuncional, pero también de la crisis existencial y del desamor.

Sentirse prisionera tampoco es un estado de felicidad, ni qué decirlo, es estar enjaulada con trozos de hielos que congelan el alma, no hay pira que lo consuma, transforma a la vida en un estado casi agónico. Cuando Alberto está en casa, la vida parece más dura, más condenadamente insufrible. Y eso que está poco (p.98).



Verónica, a sus jóvenes 35 años se cree vieja. Acepta la postergación que padece como una consecuencia natural de su “vejez”, y le parece como si la vida avanzara sin ella. Los constantes episodios de soledad, la conducta a ratos “enajenada”, el hecho de no sentirse plena o al menos “en igualdad de condiciones” en las conversaciones que sostiene con sus amistades son prueba de ello. Adonde quiera que va, incluso dentro de su propia casa, es una extraña. Y solo pareciera asomar la conciencia del necesario -e inminente- despertar de esa realidad frente a las frustraciones ajenas, como la de Pepiña, la fiel asesora del hogar.

Sí, Ingrid consigue que no permanezcamos indiferentes frente al desenlace. A medida que avanzamos en la lectura, las cosas se tornan inciertas, arremolinadas; lo único que nos queda claro, y es la impresión que posee el libro desde su primera página es que “algo grande va a pasar”. Fíjense qué curioso. Sometidos muchas veces en nuestra propia existencia a la rutina de una vida infeliz, haciendo eco de lo que Adamo inmortalizó como: “es mi vida, no es un infierno, tampoco es un edén”, y que bien podría constituirse como un himno de los amores fracasados, de las relaciones disfuncionales; de las pasiones kármicas o como quiera llamárselas; bueno, sometidos a ese infierno sobrevivible y aletargante, muchos optamos por cerrar los ojos -y pensándolo bien, todos nuestros sentidos-, y dejarnos arrastrar por la inercia. Con eso de que “tan malo no es esto”, o “al menos todavía tengo mis pequeños momentos de alegría”, como si la felicidad fuera ya inalcanzable, “a esas alturas”, “mejor diablo -o diabla- conocido que por conocer”, cerramos la puerta y nos tragamos la llave.

Es aquí donde yo me pregunto -es inevitable-: ¿cuántas verónicas, cuántos verónicos nos ahorraríamos como sociedad con una adecuada educación sentimental? ¿Acaso no son estas “habilidades blandas” de a vida las que se encargan de resolvernos los problemas más “duros”? Me duele esta Verónica, me duele en el alma y todo el rato que transcurre mi lectura de Más silenciosa que mi sombra no puede dejar de dar vueltas en mi cabeza su figura deambulando de un lugar a otro de la casa; conformándose con la mezquina rebanada de felicidad que se anida en el amor de sus hijos, o en la casi ingenua emoción y ansiedad que antecede a sus juntas con las amigas. Bien Verónica, son finamente los amigos y amigas quienes acaban por sacudirlo a uno. Es la contemplación de las vidas ajenas, siempre imperfectas, a veces felices, a veces no, pero reales al fin y al cabo. No es la felicidad ajena sino el simulacro de la nuestra la que nos remece y despierta.

Y entonces tiene lugar la subversión, el decidirse a ir al encuentro de lo prohibido. Verónica y Matías. Verónica y Álvaro. Nuevas personas para enfrentar las mismas dificutades, como dice una canción por ahí. Entrar en la búsuqeda de ese otro que acabe de liberarnos de la cárcel que sigilosamente la vida se ha encargado de tendernos y perpetuar en nosotros…, hasta aquel instante definitivo: caemos en la trampa.

Reflexiono en nosotros, convertidos en amantes, furtivos enamorados, en lo terrible que es la infidelidad, ella no nos hace más felices, nos corrompe al convertirnos en embusteros. La trampa del engaño tiene la ferocidad de un gato montés. Pienso: nos hiere en las cuerdas del placer (p.63).

Lo que sobreviene es la contemplación de uno mismo como un ser curioso, una nueva forma de vida extraña que se abre paso hacia nosotros sin que casi nos enteremos. Al menos, la contemplación en el espejo nos parece un ritual ligeramente menos patético que antes. Eso sí, cualquier brillo en la mirada no podrá omitir su carga culposa, después de todo, estamos haciendo mal, estamos siendo infieles. Casi sin reconocer que hace mucho, muchísimo tiempo, comenzamos a sernos infieles a nosotros mismos.

Álvaro llamó temprano y yo feliz de escucharlo. Hoy lo vería. Vamos a dar una vuelta a Talcahuano, Tumbes o al aeropuerto, me dijo. Pensé: dónde me lleves está bien, el lugar no importa contigo al lado. Soy una fresca, me digo, por primera vez no me asusta serlo o parecerlo (p.81).



Lo que viene después lo dejo a a expectación del lector o lectora. Es él quien habrá de juzgar o no a Verónica, a la espera de “eso grande” que está por pasar…, y pasará. Está en todos y todas las potenciales Verónicas el atender a tiempo el llamado de nuestra propia felicidad, sea porque está allí para cobijarnos del mundo exterior, para armonizarnos con él, o bien para evidenciar nuestro apego a una vida exenta de emociones y afectos.

Estoy convencido que el amor es un acto revolucionario; contrario sensu, el desamor es lo más reaccionario que puede haber, ya que atenta a las raíces mismas de aquello que esencialmente somos. Más silenciosa que mi sombra es un grito que nos alerta frente a estas cuestiones que de tan aterradoramente cotidianas que son a mí en lo personal me horrorizan. Verónica se vuelve hacia nosotros, lectores todos, con la urgencia de examinarnos a nosotros mismos: quiénes somos y hacia dónde vamos. Movimiento propio y no ajeno, no vaya a ser cosa que de tanto autoconvencimiento, de tanta resignación, acabemos transformándonos en una sombra. Salgamos de allí. Gracias, Ingrid, por el consejo.

Concepción, viernes 9 de marzo de 2018.








martes, 16 de enero de 2018

Bitácora de instantes y paisajes: una lectura a "Miradas" de Alan González



     Los diálogos, las miradas, los fragmentos. La conversación de las aves que planean sobre las ciudades. El sonido de unos tambores que te inquietan y parecen provenir de la Laguna Tres Pascualas, justo antes de que la micro siga su curso hacia un lugar al que no estás seguro de querer llegar. Los avances, los retrocesos, los repliegues tácticos; las formas de ver la vida, los horizontes posibles de cada perspectiva.

     Y uno. Uno mismo fragmentándose en toda esa locura, en todas esas visiones que en esta u otra vida pudieron ser las nuestras, con la misma y arrogante fragilidad que evidenciamos al contemplar un amanecer u ocaso creyendo que nos pertenece por el solo hecho de necesitar su imagen.

    Porque es el hecho de atisbar lo que se oculta detrás de cada mirada, aquel breve universo, lo que mucha veces nos arroja luces sobre nuestras propias sombras. Como las “tragedias que no nos dejan hacer celebración” (Denuncia, p.23), y por las que nos tildan de “resentidos”, como si la fascinación por un mismo vacío no pudiese hermanar en algún punto nuestras miradas. Como si estuviéramos dispuestos a otorgarle la razón, a hacer que se salga con la de ellos, esos que devastan la felicidad ajena para poder edificar la suya; esa felicidad egoísta y siempre solitaria de los poderosos. A los que, por cierto, se les ve tan sonrientes por estos días…

     Veo en ese puñado de miradas que nos ofrece Alan un pasaje hacia numerosos y secretos jardines existenciales, cuyas imágenes en mosaico en mucho se parecen a la bitácora de un viaje muy querido. “Entonces disfruto de estar solo, aunque no lo estoy, pues tengo todos los paisajes como mi hogar y a todos los habitantes del mundo como mis hermanos” (Viaje, p.50), nos dice Alan, y al menos yo le creo, pues desde hace ya varios años que también sueño y creo -¡vaya contradicción!-, en que el arte es una manera de darle sentido y forma al mundo.

   “Esa mano invisible que maneja el sistema capitalista, ¿no seremos quizás todos nosotros?” (Invisible, p.114) nos pregunta el autor, disparando al corazón de nuestros sentidos, muchas veces aturdidos por el capital y sus artimañas. No somos, no seremos, y la negación que pudiese continuar horriblemente ejerciendo nuestra 'autoridad microfascista', sobre el pobre borracho que pasó a llevarnos en el bar, sobre el mendigo víctima del sistema, claro, pero por Dios que huele mal, no pues, que así cómo te voy a dar una chaucha para tranquilizar mi conciencia, ¡báñate primero!



     Es la mirada del otro, entonces, la que nos aterriza. Cierto. Igualmente hay miradas que nos hechizan hacen volar, pero qué bien viene a veces remecernos con el alma desnuda de algún semejante. Y es que no olvidemos que estamos tratando de “grandes asuntos”. Una mirada puede poner en juego no solo nuestro mundo interior, sino también la trayectoria de dos pájaros en vuelo.

    “Cuando pienso en la utopía, siento miedo a que podamos ser permanentemente felices” (Utopía, p.119), porque claro, ya sabemos lo mal que terminan algunas. Mucho peor las que nunca se empiezan. Son esos 'fuegos bajo el agua', como alguien los llama por ahí, los que conjugan además el territorio y nuestra memoria. Allá quien se alimente solo de certezas; es la incertidumbre, las dulces corazonadas, las que nos hacen dar nuestros mejores pasos.

      Los diálogos, las miradas, los fragmentos. La conversación de las aves que planean sobre las ciudades. Las miles de vidas presentes en el resplandor de unas pupilas dilatadas al infinito de la contemplación. Es cierto que solo unas pocas miradas verdaderamente nos iluminarán a lo largo de nuestras vidas, y eso ya nos hace afortunados y afortunadas.

      No tengo, pues, nada que agregar más que el deseo que en alguno de estos microcuentos encuentres aunque sea un resplandor de lo que buscaste al comenzar su lectura; que tus ojos se posen en las palabras de Alan y que sus miradas al fin se encuentren y fusionen.

      Muchas gracias.


Taller del Libro, Concepción, 21 de diciembre de 2017.