martes, 17 de julio de 2018

"La alta torre" o la contemplación de nuestra humanidad frente a un espejo trizado

     

        Escribiré algunas palabras en relación a mi nueva novela, “La alta torre”. Será publicada por la Editorial Taller del Libro, a quienes agradezco la posibilidad de visibilizar este nuevo trabajo bajo su sello. 

         Quisiera señalar en primer lugar que mediante su escritura tuve el desafío de conectar las vidas de una serie de personajes extraños y disímiles; existencias todas aparentemente individualizadas en sus respectivas soledades, pero cuyas circunstancias finalmente les permiten hallar cierto cause común.

      Contrariamente a lo que ocurrió en mis novelas anteriores, en “La alta torre” los personajes fueron incorporándose al relato uno por uno, la mayoría de las veces por necesidad. Me explico. Desde que comencé su escritura, tuve la impresión de que las peripecias de Octavio Careaga y la Hija del Sol resultarían suficientes para demostrar aquello que quería representar en la obra. El abandono, el vacío, la imposible terapia, el horror cotidiano, la a ratos poco digna esperanza. Y sin embargo, me di cuenta de que había una serie de situaciones que ocurrían alrededor de los dos personajes y que de alguna forma condicionaban su actuar. De allí que decidiera agregar algunas historias contiguas y entrelazarlas. Asimismo, enriquecían la narración al punto de reforzar el suspenso, para que éste se mantuviera hasta la última página del libro.

      Sin entrar en detalles, podría señalar que esta nueva novela surgió en un momento personal de angustia y con la insólita ilusión de que algún personaje le devolviera -con su ficción-, algo de realidad a un mundo que cada vez se me aparecía como más irreal y despojado de sentido. “La alta torre” o los delirios de una mente desorientada dispuesta a su ejecución. No nos engañemos. Posiblemente, la obra no sea más que la fotografía de un puñado de intimidades a las que se nos permite acceder entre pasajes neblinosos. Algo así como una mirada necesaria al ocaso de unas vidas torcidas, desahuciadas, aunque con un instinto de conservación que resulta casi siempre conmovedor. Cuando mirar a los personajes es contemplarse uno mismo frente a ese espejo trizado en el que se transforma muchas veces nuestra propia realidad, fragmentada y aparentemente inconexa, rota nuestra humanidad por las experiencias negativas de una vida que desde niños supimos íntimamente que sería más compleja de lo que nos decían.

      No me resulta fácil hablar de esta novela. Me tomó casi tres años escribirla, y cada una de sus líneas atesoró el deseo de encontrar un refugio. No sé si lo encontré, pero comprendí al escribir su último punto que había sobrevivido a su escritura y que era, por tanto, más fuerte que cuando la comencé. Como los propios personajes de la novela, vivimos en una sociedad hipócrita, en medio de realidades ocultas e invisibilizadas entre la ostentación y la estridencia exitista. No hay un lugar, pues, para perdedores ni perdedoras. La competencia se ha devorado la solidaridad, y con ella ha desaparecido la consideración del prójimo como un semejante, siendo relegado a un simple ser residual dentro de nuestro mundo de consumo y humo, al decir de Benedetti.

      Quien diga que los seres humanos no somos animales, no sabe de lo que habla. Es allí, muchas veces, en nuestro instinto, en nuestro ser íntimo y apegado a su estado natural, donde radica nuestra última posibilidad de salvación. Algunos de los personajes de “La alta torre” encuentran valentía y resolución motivados por un deseo instintivo de alcanzar la bondad y la salvación de su humanidad. Otros profundizan en el horror con el objetivo de borrarse de una vez y desaparecer. Con todo, no distingo personaje alguno en que no exista, siquiera débilmente, un afán de supervivencia para acudir -en algún momento- a su rescate.

      La esperanza parece amanecer semi intacta en los ojos de estos seres ficticios, a los que di origen intentando comprender lo que pasaba a mi alrededor en una época difícil. Entonces, lo habitual era que despertaran anhelantes con la idea de vivir un día perfecto, tras una larga noche de siniestras pesadillas. ¡Y allí los tienen! Luchando por convencerse de que una mañana se despertarán siendo libres de aquel desdibujado mundo de sombras y furias.

      “La alta torre” puede ser la historia de cualquier naufragio, de la búsqueda lastimosa de una orilla, del horizonte lejano aunque esperanzador. La crónica de un rescate necesario que siempre será posible si así no dejamos de concebirlo.


Concepción, julio de 2018.




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