jueves, 2 de marzo de 2017

REMINISCENCIAS




       Caminaron por la ciudad rápidamente, aunque sin un rumbo claro. La situación era complicada. Ellos estaban por todos lados. Ellos les pisaban los talones. Sin importar dónde estuvieran, jamás se encontrarían suficientemente a salvo.



        Algunos meses atrás habían aceptado jugar el complicado juego. Pusieron unas cuantas banderas dentro de sus corazones, y salieron a la calle como personas nuevas. Alguna vez soñaron con cambiar el mundo. Ahora soñaban con que el mundo no los cazara. No querían saber nada de nada, o al menos eso decían a sus pocos amigos y camaradas.



        Y sin embargo, una nueva situación terminó por hacerles continuar su camino. Después de aquella infernal noche de verano en un perdido hotel de la Avenida Manuel Rodríguez, sus vidas cambiaron para siempre. Siguieron juntos como siempre, claro. Pero la policía los tenía identificados. Milagrosamente escaparon de la sucia pensión donde alojaban, en medio de una lluvia de disparos. Pese a todo, decidieron no abandonar la ciudad.



       Ahora caminaban de la mano, como una pareja cualquiera, con pesadas mochilas en sus espaldas. Como si fueran camino de algún centro comercial, de alguna heladería, de algún romántico paseo. Llegaron hasta una casa de seguridad. Un taxi falso detenido frente a la vivienda los alertó. Al dar la vuelta se dieron cuenta de que no estaban solos. Entonces él alistó su arma por precaución. Nostálgico AK-47. Ella hizo lo propio con una antigua granada de mano. Estaban en guerra, después de todo. Dos tipos descendieron del taxi. Vestían de civil, usaban gafas oscuras y armas de grueso calibre.



       Ella detectó el movimiento a sus espaldas y les arrojó su granada. Se escucharon los primeros disparos, seguidos de la explosión. Él rafagueó a los agentes y oyó gritar a uno de ellos. Echaron a correr por los pasajes aledaños a la Laguna Redonda. Mientras lo hacían, creyeron escuchar sirenas y disparos por todas partes. Llegaron hasta un pequeño taller, desde donde alguien les hizo una seña, pero no confiaron. Siguieron adelante. Subieron, subieron y subieron. Desde allí arriba la ciudad lucía como un animal fatigado. Algunas barricadas ardían más abajo.



       Hicieron una pausa. Escucharon los helicópteros. Por primera vez vieron el mítico almacén de Doña Teresa. Aquel querido almacén. De él sólo habían escuchado buenas historias. Entraron un tanto nerviosos, pero terminó por ser un buen momento. Afuera los agentes corrían de un lado a otro. Cuando la prensa llegó al lugar pudieron seguir por televisión el resto de la persecución. Se les hizo muy tarde, y terminaron por aceptar indefinidamente el alojamiento, el café y las galletas de doña Teresa. Había sido una jornada difícil y seguro vendrían más. 

(Alucinaciones, 2011) 

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