jueves, 21 de enero de 2016

BANCO DE ARENA




Cruzó el puente a pie como de costumbre. A la distancia, la ciudad parecía cubierta por un manto de humo. Probablemente se tratase de incendios forestales. Siguió caminando, manos en los bolsillos, muerto de calor, hasta que se encontró con un sujeto a punto de arrojarse al cauce del río Bío Bío. Se las había arreglado para traspasar la barrera de seguridad y quedar a un pequeño salto de su acabose. Se detuvo, quizás pudiera hacer algo, ayudarle de algún modo.


-¿Se encuentra bien, señor? –le preguntó al suicida.

-Perfectamente, joven. Hoy será el mejor día desde hace muchos –le respondió.

-Si lo que planea es matarse, le advierto que caerá sobre un banco de arena. A lo mucho tendrá un par de fracturas expuestas, padecerá de dolores horribles y, lo peor de todo, seguirá usted vivo.

-Oh, vaya, parece que tiene razón, pero ¿qué puedo hacer?

-Puede arrojarse directamente a las aguas, ojalá de cabeza, y dejar que la corriente endemoniada de este río termine el trabajo.

-Le estaré eternamente agradecido por su consejo, joven. Se nota que es una persona de valores, ¿podría ayudarme a salir de aquí?

-Con mucho gusto.



El joven cruzó sin ninguna dificultad la baranda y se aproximó al sujeto. Al extenderle la mano y tomarle de su brazo, el sujeto lo impulsó hacia sí con todas sus fuerzas, al tiempo que se mantenía aferrado a la barrera metálica con su otra mano. Esto le permitió quedarse en pie mientras el joven caía con majestuoso silencio sobre el banco de arena que se endurecía para recibirlo.



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